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Usted no nació para renunciar sino para perseverar hasta la victoria

Usted no nació para renunciar sino para perseverar hasta la victoria

Recordó el día que el pastor Ramón le anunció que estaría al frente del ministerio de jóvenes. ¡Era lo que había soñado! No lo podía creer y una sensación extraña, que jamás pudo describir, le invadió de pies a cabeza. Fernando consideraba que aquello era el cumplimiento de su más caro anhelo.

Trabajé con mucho ahínco. ¿Qué no hacía por aumentar la asistencia a las reuniones de jóvenes?— me contó cierto día que hablamos.

Todos en la congregación admitían que su trabajo había sido excelente. Cuidaba de los más mínimos detalles en todo evento, los que regaba con abundante oración. Su teléfono móvil no dejaba de sonar. A toda hora. Siempre tenía una palabra de estímulo para aquellos que querían volver atrás.

Has hecho un buen trabajo— lo felicitó la esposa del pastor.

Pero un día fue él quien entró en crisis. En casa tenía problemas y en la universidad los compromisos eran cada vez mayores.

Al principio creyó que podía manejar la situación, luego se enfrentó a la angustia y allí estaba, un domingo después del servicio en la iglesia, llorando como un niño, sin saber qué hacer.

La primera idea que asaltó su mente fue la de renunciar al ministerio… ¿Era esa la salida para alguien que se suponía, debía mantener siempre el estado de ánimo en la cima?, se preguntaba una y otra vez…

Los siervos también enfrentan crisis

Partamos de una premisa, un hombre o una mujer llamados por Dios a servirle, serán siempre cristianos en proceso de construcción, indistintamente del cargo que ocupen al interior de la iglesia. No son perfectos.

A la par que sirven en la obra de Jesucristo, están viviendo el proceso de perfeccionamiento que unas veces estará encaminado a la victoria, pero en otras ocasiones, hacia el estancamiento o posiblemente, hacia un revés que ni la misma persona espera.

Es como si estuviera subiendo los peldaños de una escalera muy larga mientras lleva una encomienda. El único obstáculo que puede encontrar con frecuencia y que, si no sabe manejar, puede llevarlo a volver atrás, es el desánimo.

Quienes ven nuestro conflicto interno desde la barrera, esperan justamente que nos asalte la desesperanza para justificar el que no encuentran en el compromiso cristiano una salida a sus propias crisis.

Esa situación me lleva a recordar los amigos de Job quienes, frente a la difícil situación por la que atravesaba, antes que ánimo le inflingieron desestímulo:

“Tú, que impartías instrucción a las multitudes y fortalecías las manos decaídas; tú, que con tus palabras sostenías a los que tropezaban y fortalecías las rodillas que flaqueaban; ¡ahora que afrontas las calamidades, no las resistes!; ¡te ves golpeado y te desanimas! ¿No debieras confiar en que temes a Dios y en que tu conducta es intachable?” (Job 4:3-6, Nueva Versión Internacional)

Aún viniendo de labios de hombres que estaban distanciados de la fe, tenía fundamento una de sus recomendaciones: confiar en Dios.

El hombre o la mujer de Dios, a pesar de su fidelidad en la obra de proclamación del Evangelio es apenas previsible que experimente esos períodos de desánimo. Cuando se presenten, es al Padre celestial, nuestra fuente de todo poder, a quien debemos acudir.

Traigo a colación el terrible desánimo que vivió el profeta Elías. (Ver 1 Reyes 18:20-40). Enfrentó a los profetas de Baal y Dios lo respaldó Algo majestuoso que— si hubiesen existido los medios de comunicación, lo habrían relevado en radio, prensa y televisión, con enormes titulares. Un capítulo después, en el 19, lo encontramos doblegado por la depresión, huyendo y acariciando la idea de morir.

Sólo el Creador pudo traerle consuelo. Lo levantó de esa situación. Le abrió nuevas puertas. Dios no acepta la renuncia de quienes le sirven, si han sido fieles.

Si tomara usted la decisión de enviarle al cielo la carta de renuncia, el propio Señor se la devolvería sin siquiera abrirla. Por ese motivo, antes que salir huyendo cuando se presentan problemas, debemos disponernos a enfrentarlos con el poder de nuestro Supremo Hacedor, Quien nos fortalece— 1 Reyes 19:1-4.

¿A quién acudir?

Cuando nos enfrentamos al desánimo, usted y yo debemos acudir a Dios que es la fuente de todo poder y fortaleza, como lo enseñó el propio Señor Jesucristo: “»Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma.30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.»” (Mateo 11:28-30, Nueva Versión Internacional)

Nuestro amado Maestro comprende que a veces estamos a punto de “tirar la toalla” como hacen los boxeadores cuando el contendor les resulta demasiado complejo para combatirlo en el cuadrilátero.

No debemos seguir luchando en nuestras fuerzas, porque sin duda caeremos en lo que suelo llamar “el límite del desgaste”, que ha sacado a sinnúmero de hombres y mujeres del camino. Terminan por rendirse.

José Armando, un líder caracterizado por el dinamismo y entusiasmo en su trabajo en la obra del Señor Jesucristo, me decía en cierta ocasión que todo estaba saliendo de mal en peor y que el único camino que concebía para salir del laberinto, era renunciar.

Ni lo pienses— le dije —. Ahora que te sientes agotado, debes hacer un alto en el camino y volver tu mirada a Dios en procura de fortalecimiento. Él te ayudará”.

Siguió el consejo y la próxima vez que le dije, estaba nuevamente dispuesto a seguir dando batallas, convencido de que en el Señor encontramos siempre las fuerzas, como lo anotaba el rey David: “Fiel es el Señor a su palabra y bondadoso en todas sus obras. El Señor levanta a los caídos y sostiene a los agobiados.” (Salmos 145:14, 5. Nueva Versión Internacional)

Usted y yo no estamos solos en la lucha. Jesucristo quiere ayudarnos, pero debemos permitirle que lo haga (Cf. 2 Corintios 9:10)

Vencemos si dependemos de Dios

La dependencia de Dios, en momentos de profundas crisis y desánimo, es la salida del túnel. Dios conoce nuestra situación y quiere ayudarnos.

¿Recuerda a Gedeón, el héroe bíblico de la antigüedad? La Biblia relata que se iba a enfrentar a un ejército— el de los madianitas — que lo superaba sobremanera. Cuando se dirigía con sus hombres junto al manantial de Jarod, Dios lo instó a quedarse con un número reducido de combatientes.

¿La razón? “El Señor le dijo a Gedeón: «Tienes demasiada gente para que yo entregue a Madián en sus manos. A fin de que Israel no vaya a jactarse contra mí y diga que su propia fortaleza lo ha librado…” (Jueces 7:2)

¡Fue una tremenda lección conducente a la humildad, de la que aprendió este guerrero israelita! Comprendió que sólo dependiendo de la fuerza de Su Padre celestial podía vencer, por difícil que luciera la situación que tenía enfrente.

El apóstol Pablo aseguró que en Jesucristo todo lo podía. También nosotros (Cf. Filipenses 4:13) No es aconsejable que sigamos luchando en nuestras fuerzas.

Al fin y al cabo fuimos concebidos con la naturaleza de vencedores: “Es él quien me arma de valor y endereza mi camino; da a mis pies la ligereza del venado, y me mantiene firme en las alturas; adiestra mis manos para la batalla, y mis brazos para tensar arcos de bronce.” (Salmos 138:32-34, Nueva Versión Internacional)

No importa que la situación parezca difícil de resolver. Tal vez sea así humanamente pero no en el poder de Dios, porque para Dios no hay nada imposible.

Desarrolle su condición de vencedor

En cierta ocasión teníamos programado en la iglesia un banquete para doscientas personas.

Una de las hermanas en la fe –encarada de la cocina— me llamó al teléfono angustiada y contrariada: “No voy a responder por lo que ocurra. Habíamos planeado ciento setenta personas e incluso, ya habíamos comprado los alimentos. ¡Y ahora aumentan en treinta el número de invitados! No puede ocurrirme esto a mí”, se quejó.

Le expliqué que como líder, debía estar preparada para situaciones así. Yo mismo debo estarlo, como usted también. Las situaciones imprevistas no deben desestabilizarnos ni robarnos la serenidad.

Si nos asalta el temor de perder la calma, debemos procurar en Dios la fuerza necesaria para vencer.

¡No es hora de renunciar!

Tal vez y como consecuencia de los momentos críticos que ha venido enfrentando, considera que debe renunciar. Pero, ¡Piénselo! No es el momento. Usted y yo fuimos llamados por el Señor a cumplir una misión, y no debemos ni podemos descansar hasta terminar la tarea.

Por esa razón, si queremos remontar a nuevas alturas, debemos volver la mirada a Dios y en oración decirle— con franqueza, en nuestras propias palabras— cómo nos sentimos:

“Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán.” (Salmos 18:32-31, Nueva Versión Internacional)

Dios comprende su situación y quiere ayudarle. Si le pide que salga al paso para permitirle vencer en las batallas que está librando, sin duda lo logrará. ¡Hoy es el día para que se levante, no se de por vencido y— tomado de la mano de Jesucristo el Señor— se disponga a seguir adelante. ¡Tenga la certeza que vencerá en todo momento!

Publicado en: Estudios Bíblicos


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