Perseverar en oración para que los milagros ocurran
Con frecuencia me escriben con un interrogante: ¿Hasta cuándo debo orar por un milagro? Y la respuesta invariable, como se lo escribí a Nancy Antoy, de ciudad de México, es “Hasta que el milagro ocurra”.
Ella tiene una hija de veintidós años, con cáncer. Pasa días y noches enteras en el hospital donde la chica recibe tratamiento. En alguna oportunidad los especialistas le dijeron que no siguiera anidando esperanzas, que la enfermedad había causado daños irreversibles. Ella seguía clamando…
La joven experimentó mejoría y no murió el día que dijeron los médicos. Por el contrario, inexplicablemente para la ciencia, recobró fuerzas. Todos sabemos que no es otra cosa que la respuesta de Dios al clamor de una mujer que confía que algo ilógico — proveniente de Dios— romperá la lógica que manejan los facultativos.
Nancy encarna a infinidad de hombres y mujeres en todo el mundo que están clamando por un milagro y, por momentos, se sienten desanimados. ¿Deberían renunciar? Por supuesto que no. Orar con insistencia toca las fibras más sensibles de nuestro amado Dios. Claro, Él desea lo mejor para nosotros, pero es cuando perseveramos que probamos la clase de fe que nos asiste, si es real o sólo motivada por una necesidad.
Comparto con usted tres ejemplos específicos de personas reales que perseveraron hasta el final, hasta que el milagro se produjo:
Hacer un esfuerzo por el milagro
La mujer estaba desesperada. La ciencia no había podido resolver su problema. La hemorragia aumentaba a pesar de los pronósticos de que disminuiría. Se miraba al espejo y su rostro se veía cada vez más demacrado. En muchas ocasiones sentía que, como consecuencia de la dolencia, las fuerzas la abandonaban. Es más, quiso morir muchas veces, para no seguir sufriendo.
Sin embargo oyó que por el lugar pasaba Jesús de Nazaret. Había oído que obraba milagros. Los enfermos eran sanados y los cautivos recibían libertad. “¿Qué puedo perder si tan solo me acerco para pedirle mi sanidad?”, razonó ella. Y se dio a la tarea de acercarse lo más posible cuando pasaba la multitud.
El problema era cómo acercarse. Decenas de personas estaban alrededor del Maestro. No iba a ser fácil ganar su atención y decirle sáname. Por eso se fijó una meta, y con esfuerzo y sobreponiéndose a los obstáculos, se acercó para tocar su manto porque, sabía, algo iba a ocurrir.
La escena fue dramática y conmovedora porque ella recibió la sanidad que anhelaba:
“Una mujer de la multitud hacía doce años que sufría una hemorragia continua y no encontraba ninguna cura. Acercándose a Jesús por detrás, le tocó el fleco de la túnica. Al instante, la hemorragia se detuvo. «¿Quién me tocó?», preguntó Jesús. Todos negaron, y Pedro dijo: — Maestro, la multitud entera se apretuja contra ti. Pero Jesús dijo: — Alguien me tocó a propósito, porque yo sentí que salió poder sanador de mí. Cuando la mujer se dio cuenta de que no podía permanecer oculta, comenzó a temblar y cayó de rodillas frente a Jesús. A oídos de toda la multitud, ella le explicó por qué lo había tocado y cómo había sido sanada al instante. «Hija — le dijo Jesús— , tu fe te ha sanado. Ve en paz».” (Lucas 8: 43-48. Nueva Traducción Viviente)
Pregúntese por un minuto, ¿cuántas veces renunció usted a un milagro? Se dio por vencido fácilmente. Y si algo quiere Dios de cada uno de nosotros es que perseveremos hasta el fin (Cf. Lucas 18:1)
Perseverar aunque los demás se opongan
Cuando usted está clamando por un milagro, invariablemente siempre encontrará personas alrededor que desean desanimarlo o los que se especializan en apagar el mover divino en nuestra existencia. Son los hombres y mujeres que le dirán: “Ese milagro es imposible”. Y cabe preguntarse: ¿Está bien dejarse arrastrar por ese escepticismo?
Al respecto el autor y conferencista, Wesley L. Duewel escribió:“La oración que prevalece es aquella que obtiene la respuesta que buscaba. Se sobrepone a la demora, a la oposición y a las circunstancias desfavorables. Con frecuencia incluye la dirección del Espíritu en la forma en que se debe orar y la profundización que Él obra en el deseo que usted tiene de recibir respuesta a la oración. Incluye la acción del Espíritu de otorgarle poder a su oración y de fortalecer su fe hasta que usted reciba la respuesta de Dios” ( Weslet L. Duewel. “La oración poderosa que prevalece”. Editorial Unilit. EE.UU. 1995. Pg. 9)Perseverar fue lo que identificó al ciego Bartimeo, el hombre que menospreciaban por que estaba siempre junto al camino, viviendo de la caridad de los demás. Lo único que poseía era una capa para cobijarse. Era su bien más preciado. Y anhelaba un milagro. Por ese motivo cuando se enteró que Jesús el Señor pasaba por el lugar, pidió que le sanara.
Las personas cercanas le instaban para que callara “…pero él gritó aún más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Cuando Jesús lo oyó, se detuvo y dijo: «Díganle que se acerque». Así que llamaron al ciego. «Anímate — le dijeron—. ¡Vamos, él te llama!». Bartimeo echó a un lado su abrigo, se levantó de un salto y se acercó a Jesús. — ¿Qué quieres que haga por ti? — preguntó Jesús. — Mi Rabí — dijo el hombre ciego— , ¡quiero ver! Y Jesús le dijo: — Puedes irte, pues tu fe te ha sanado. Al instante el hombre pudo ver y siguió a Jesús por el camino. “ (Marcos 10:48-52. Nueva Traducción Viviente)
¿Imagina usted qué había ocurrido si él desiste? ¿ Si tan solo se deja arrastrar por los que pretendían callarle o minar su fe? Sin duda, nada habría ocurrido. El milagro no se hubiese producido. Pero Él fue persistente, como debemos serlo usted y yo. No dejar de perseverar ante Dios hasta que el milagro se produzca.
Dios honra nuestra fe y hace milagros de manera sorprendente. Ése es el Dios en el que hemos creído: un Dios de milagros y de poder sin límites, que valora la perseverancia en la oración.
No renuncie hasta que no alcance su objetivo
Nadie podía imaginar la terrible situación de aquella mujer con su hijita. La joven llevaba varios años poseída por un demonio. No permitía siquiera que conciliaran el sueño porque sus gritos, que podían escucharse a varias casas de distancia y que provocaban angustia por lo desgarradores. ¡Deseaba tanto ser libre!
Jesús iba de camino, por la región de Tiro. Y como es natural, cuando la madre oyó que pasaba por el lugar, hizo lo que cualquier madre por un hijo: se esforzó hasta el final, sin importarle las consecuencias. Incluso, se arrojó a los pies del Maestro.
Las Escrituras relatan que “ … ella le suplicó que expulsara al demonio de su hija. Como la mujer era una gentil, nacida en la región de Fenicia que está en Siria, Jesús le dijo: — Primero debo alimentar a los hijos, a mi propia familia, los judíos. No está bien tomar la comida de los hijos y arrojársela a los perros. — Es verdad, Señor — respondió ella— , pero hasta a los perros que están debajo de la mesa se les permite comer las sobras del plato de los hijos. — ¡Buena respuesta! — le dijo Jesús. Ahora vete a tu casa, porque el demonio ha salido de tu hija. Cuando ella llegó a su casa, encontró a su hijita tranquila recostada en la cama, y el demonio se había ido ” (Marcos 7:26-30. Nueva Traducción Viviente)
Permítame aquí hacer un énfasis: No importan las circunstancias y que todo parezca estar en contra. Es necesario perseverar hasta que el milagro ocurra. Dios no se molesta porque usted y yo somos perseverantes en lo mismo. Tenga claro que, si es la voluntad del Señor, ese milagro ocurrirá. Nada impedirá que vea la respuesta poderosa del amado Señor.
No podemos dejar de orar. Perseverar, esa es la clave. Si estamos firmes, siempre en clamor por el milagro, sin duda se producirá. Dios responde con poder a nuestras oraciones, pero en ese proceso, Él valora que no nos demos por vencidos sino que perseveremos. Ese tipo de oraciones tienen eco en el corazón de Dios.
Sin duda usted está necesitando un milagro y hoy es el día para que comience a pedirlo delante de Dios.
Y a propósito de Dios, ¿Ya le abrió las puertas de su corazón al Señor Jesús? Hoy es el día para que lo haga. Él desea entrar en su vida y obrar de manera especial. Basta que usted se rinda en Su Presencia y le permita que haga de usted una persona nueva. Decídase hoy por Cristo. Ábrale las puertas de su corazón.
Publicado en: Estudios Bíblicos
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