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La necesidad de estar bien


(Consejería Pastoral – Cap. 7)

La necesidad de estar bien (Consejería Pastoral – Cap. 7)

Con la diferencia de los términos utilizados, la persona que tenía frente a mi revolviéndose las manos con desesperación.

Estaba repitiendo las palabras del apóstol Pablo: “Porque yo se que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Romanos 7:18, 19. Versión Popular).

Se trata de alguien que va junto con su familia a la iglesia en mitad de semana y el día domingo.

Un buen empleado en el taller de mecánica para el que labora. Un compañero excepcional, en criterio de quienes comparten el sitio de trabajo.

Un vecino con virtudes, distinto de los demás, presto a colaborar.

Sin embargo con raptos de ira, reacciones que dejan sorprendidos a familiares y amigos: unas veces de temor, otras de agresividad y otras más de indiferencia, aún cuando el mundo se esté cayendo a pedazos a su lado.

He pensado en el suicidio; creo que es la única salida. No ha forma de encuentre paz en mi existencia.— me dijo después que analizamos la situación con detenimiento.

Volvimos a las páginas de la Biblia. Al fin y al cabo él no había acudido a nadie distinto que a un pastor, amigo y, para el caso específico que nos ocupaba, un Consejero Cristiano como lo es usted o quizá está en camino de serlo.

El Señor Jesucristo dijo hace ya muchos siglos y, nos dice hoy día: “... yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10. Versión Popular).

Dios nos ama. Quiere lo mejor para nosotros. Y sin duda hay algo que quiere satisfacer en cada uno: la sensación permanente y real de bienestar. Es lo que todas las personas, si usted realizara una encuesta respecto a qué desean, le responderían sin dudarlo.

¿A quién no le gustaría vivir a gusto, sintiéndose bien? Dudo que a alguien o, tal vez, a muy pocas personas.

Necesidades básicas

Cuando alguien busca su ayuda como Consejero el primer aspecto que debe considerar es el siguiente: aquélla persona, en lo más íntimo de su corazón, desea estar bien. ¿Por qué solicitan ayuda? Porque sienten amenzada el propósito de estar y sentirse bien.

Todo ser humano tiene necesidades sociales, físicas y sicológicas que deben satisfacerse para que gocen de una buena salud mental.

¿Cuáles son algunas de ellas? La aprobación por parte de quienes le rodean; sentirse seguro y con manejo del entorno en el que se desenvuelve; la satisfacción de conquistar nuevas metas y de realizarse en aquello que desean.

No hay absolutamente nadie que rechace la aceptación de alguien o de un grupo, en el que se valore apropiadamente su individualidad, se le respete y se le conciba como alguien digno.

Ahora, entre las necesidades físicas hallamos la de alimentarse, el bienestar en cuanto a salud y cubrir sus necesidades sexuales (aunque pareciera que hay quienes consideran que éste no constituye un aspecto que pueda ser considerado como “necesidad” natural en todo individuo).

Y en último renglón están las necesidades sicológicas entre las que identificamos el anhelo de felicidad, de ser libre para actuar y de liberar sus capacidades para alcanzar aquellas metas que guardan en su corazón.

Cuando no logran atenderse los anteriores aspectos y muchos otros que no enumeré porque haría interminable la lista, se presentan en la persona estados de tendencia o desequilibrio. Es lo que suele llamarse “un problema sicológico”, y desde la perspectiva cristiana sería una situación de “desorden” que debe atenderse en la integralidad de su ser involucrando a Dios, quien nos creó y por tanto, puede obrar la reparación donde quiera que se hayan registrado dificultades, bien en la parte consciente o inconsciente.

Un mundo único con sus particularidades

Todo ser humano es alguien único, con una cosmovisión muy particular del mundo que le rodea y, por tanto, con una forma singular de asumir las cosas. Hay quienes no se afectan, por ejemplo, si llueve y se desatan relámpagos y truenos. Otros por el contrario se sienten aterrorizados. El ejemplo nos señala la individualidad de cada uno y la forma como asume las cosas.

¿Por qué actúan o reaccionan de determinada forma los individuo tan distintos de otros? Por tres razones en particular: La primera, por conductas inconscientes; la segunda, por los complejos que subyacen dentro de si, muchos de los cuales toman forma por experiencias pasadas, y la tercera, por las expectativas que tienen en cuanto al futuro.

¿Por qué mencionar estas particularidades? Porque cuando usted tenga enfrente a alguien que busca orientación, esos son los primeros elementos que debe considerar:

1.- La individualidad de cada cual, con sus componentes físicos y sicológicos.

2.- Sus condiciones particulares de ver y asumir la vida.

3.- El hecho de que cada uno es un mundo.

Lo que experimenta en el ámbito sicológico una persona, le afecta en la dimensión física y se puede reflejar en dolores de cabeza, temores en apariencia injustificados que le generan sudoración o dolor estomacal, úlceras, asma, fatiga o probablemente alergias.

Su misión: aconsejar acertadamente

¿Comprende la enorme responsabilidad que le asiste? Ante sus ojos esta alguien muy particular.

Debe tomar nota de todos los aspectos que aborda durante la conversación, identificar detalles, tener claro que indistintamente de los errores que haya cometido, está buscando ayuda.

En cumplimiento de su misión, en su condición de Consejero se orientará a disminuir el impacto de las emociones destructivas en el individuo que pide orientación.

¿Cuáles? Enojo, angustia, ideas preconcebidas de que quitarse la vida es la única solución. Solo de esta manera podrá pensar con lucidez y encontrará –con la ayuda y poder de Dios— el camino a la solución del problema que enfrenta.

Usted llevará al aconsejado a valorarse como persona, quitándole toda concepción de que “no vale la pena” y, paso a paso conforme va ayudando a despejar el estado de ánimo que le asiste, le ayudará a identificar cuál es el verdadero problema.

Supongamos que alguien consulta porque tiene problemas en el hogar. Su inquietud es que, desde que está la suegra en casa, tiene problemas constantes con la esposa. En su criterio, es la esposa con quien tiene dificultades y por tanto ella es la “culpable”.

El asunto, como podrá notarlo con calma, no está en la cónyuge de aquél individuo sino en la importancia de resolver el verdadero problema: ¿qué hacer con la suegra que interfiere en la relación de pareja?

Cuando alguien viene a consultarle, usted ayudará para que identifique si realmente es el culpable; en caso que lo sea, que asuma la responsabilidad y se comprometa en la búsqueda de alternativas o salidas a la situación que enfrenta.

Ayudará al asesorado a utilizar sus recursos interiores y a echar mano de los de Dios en los momentos de crisis. No podrá depender siempre ni del pastor ni del Consejero.

Hasta aquí hemos avanzado en algo de suma importancia: la relación entre el Consejero Cristiano y el aconsejado. Hasta tanto tengamos claro que aquella persona a quien estamos asesorado es sumamente importante, alguien a quien Dios amó hasta tal punto que envió a su Hijo Jesús a morir por sus pecados, es improbable que tomemos con responsabilidad el problema que enfrenta y le encaminemos hacia las soluciones, con fundamento en los principios bíblicos.

Concluyo este capítulo recordando un hecho anecdótico que junto con mis compañeros de curso en el Seminario donde cursé la carrera de teología, nos llevó a dimensionar la enorme responsabilidad que encierra la Consejería Cristiana.

Fernando, un compañero de asignatura, estaba sumamente emocionado con los principios de Consejería que estaba recibiendo. ¡Y quería aconsejar a todo el mundo! Sentía que reunía las capacidades, como persona pero también como profesional, para brindar orientación.

En cierta ocasión fue a aconsejar a una joven que iba a la iglesia pero atravesaba por períodos depresivos constantes.

Fernando hizo gala de todos sus conocimientos e inició el proceso. La joven que hasta entonces estaba llorando, secó sus lágrimas y dijo: “Ya regreso, voy al baño”. Mi amigo suponía que todo iba bien. “Estoy en camino de ser un buen consejero”, razonaba. Al percatarse que la chica demoraba demasiado, alertó a sus familiares. Cuando fueron a ver qué ocurría ¡encontraron a la chica sangrando! Se había cortado las venas.

El remedio, en este caso, resultó peor que la enfermedad. Y aunque lograron salvar a la joven, es evidente que se requirió tomar una medida salomónica: cambiar de Consejero...

Cuatro actitudes de las que debemos cuidarnos

Un Consejero Cristiano no es juez de nadie. Es un hombre o mujer al servicio de la Iglesia y debe reflejar el amor de Cristo cuando desempeña su labor. No hay nada más chocante que alguien venga en nuestra búsqueda y respondamos con intolerancia, sin un ápice de comprensión y ayuda por la situación que atraviesa.

¿Cuáles son las actitudes de las que debemos cuidarnos y por qué? Son en esencia cuatro:

1.- Actitud Inquisidora: Hace varios años visité el Palacio de la Inquisición en Lima, Perú. Allí se pueden apreciar las máquinas utilizadas en aquella época pretérita para torturar y presionar confesiones de personas que eran inocentes. El problema estribaba en los inquisidores, eran inflexibles.

Un Consejero Cristiano no puede considerar que tiene derecho a juzgar e incluso, a culpabilizar a quien viene en procura de su orientación.

2.- Actitud Interrogativa: Quien acude a un Consejero cristiano desea orientación y, por supuesto, es necesario ampliar la base de la información formulando algunas preguntas.

Lo que no está bien es elevar interrogantes sobre aspectos privados o íntimos que no vienen al caso y que, generalmente buscan llenar la curiosidad de quien aconseja. Eso no es ético y menos, está bien en su labor de servicio a la Iglesia.

No ceda a la tentación. Pregunte sólo lo básico y que usted evalúe, es necesario para brindar una guía posterior.

3.- Actitud Universalizante: ¿A qué se refiere?, preguntará usted. Me refiero a quien ejerciendo como Consejero, olvida que cada ser es único e irrepetible y en muchos casos— sino en todos— sus problemas son distintos de los que enfrenta otra persona.

Esa es la razón por la que no debemos creer que si atendimos a alguien en alguna ocasión, su problema es el mismo y tiene un tratamiento igual de quien está enfrente. ¡Es un terrible error!.

Quien aspira ser aconsejado no puede ser echado en una “bolsa común”. Por el contrario, merece especial cuidado porque evidentemente su situación es distinta en todos los órdenes.

5.- Actitud Amonestadora : Hoy día abundan quienes, amparados en su vida espiritual, se creen con el derecho de andar diciéndole a cada quién cómo debe actuar. No tienen en consideración su situación específica, sino que juzgan a priori y dicen las cosas como les vienen a la cabeza. En muchas ocasiones antes que edificar, generan heridas.

Por esa razón, antes de emitir un consejo, es necesario que hayamos orado al Señor Jesucristo pidiendo su guía y estemos seguros de que aquello que recomendamos, esté en consonancia con las Escrituras.

Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial


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