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¿En problemas? Siempre hay solución

¿En problemas? Siempre hay solución

“Soy cristiana desde hace tres años. Pero le soy sincera, si algo me inquieta es que justo desde que mi fe se hizo firme, vienen problemas. Unas veces en el trabajo, otras en la familia y, las que me inquietan, en la relación de pareja. Le confieso, por momentos he pensado retirarme de la vida cristiana. Necesito un consejo”

L.M.G., desde Dallas, Texas

Respuesta:

Si hay un hecho que no podemos desconocer, es la presión que ejerce una sociedad caída en el pecado como la nuestra en la que priman la envidia, el resentimiento, el egoísmo y la maldad. Los elementos de presión que recibimos llegan a extremos inimaginables que amenazan nuestra tranquilidad y pone delante el desánimo y la desesperanza.

En el proceso de resistir las situaciones adversas, corremos el peligro de estallar. ¿La razón? El ser creyentes no nos asegura un blindaje frente a los problemas. Por el contrario, si hay algo previsible son los problemas, las presiones y la ansiedad.

¿De qué nos enfrentar problemas?

Aunque en medio de la zozobra en que nos sumen los problemas, no encontramos razón para que existan, pueden beneficiarnos. Claro, es una perspectiva que tal vez no comparta conmigo, pero puedo asegurarle que es real. A partir de las dificultades aprendemos mucho. Los errores nos permiten crecer.

Es evidente que no siempre los estamos en la cima de la victoria. Enfrentamos tropiezos, generalmente inesperados. Y es así ya que, el militar en los caminos de Cristo, no puede equipararse con estar en un parque de diversiones.

El apóstol Pablo describe vívidamente esta situación cuando en su carta a los creyentes de Corinto les explica:

“Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo.” (2 Corintios 4:7-10, Nueva Versión Internacional)

Tome nota de algo sumamente importante: no debemos desesperarnos ni rendirnos aunque arrecie la tormenta a nuestro alrededor, y además, es imperioso aprender a perseverar a través de los problemas. Con base en esto podemos concluir que, en nuestro diario vivir al lado de Jesús, lo que experimentamos es un proceso constante de aprendizaje y crecimiento, tanto personal como espiritual en el que los contratiempos juegan un papel importante.

Aprendiendo de la mano del Señor Jesús

¿Qué nos lleva a afirmar esto? La certeza de que los problemas son naturales en la vida de toda persona y más cuando somos cristianos, porque al aceptar a Jesús no compramos un seguro contra toda contrariedad.

Es importante que meditemos en el error que encierran cuatro premisas muy comunes en la sociedad al hacer alusión a la vida de fe:

a.-Si aceptamos a Cristo, todos los problemas se acaban”. La Biblia no dice eso. Es probable que aumenten.

b.-La Biblia tiene la solución a todos los problemas”. En todos los casos desarrollamos fe y confianza en la guía del Señor.

c.-Si tiene problemas como cristiano, seguramente está en pecado”. No podemos desconocer el hecho de que los grandes batalladores de la fe en la historia han enfrentado problemas. Y por último:

d.-La sana doctrina quita del camino los problemas”. La Biblia es como un mapa. Nos dice a donde llegamos, pero debemos emprender el camino.

Los problemas y el crecimiento

Aunque salen al paso, tomándonos muchas veces por sorpresa, los problemas no deben impedir nuestro crecimiento personal y espiritual. Por el contrario, debemos tener claro que la vida cristiana tiene una dinámica que tiende a llevarnos nuevos niveles.

Siempre estaremos orientados al crecimiento. Al respecto el apóstol Pablo escribió a los creyentes de Filipos: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea *perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. ” (Filipenses 4:12-14. Nueva Versión Internacional).

Este pasaje es muy enriquecedor por que nos lleva a reflexionar en un hecho fundamental y es que no somos perfectos. Por el contrario, estamos creciendo siempre. La palabra meta proviene del término griego Skopòs que traduce “Una marca sobre la cual fijar la mirada. Un blanco” Es decir, usted y yo estamos de camino hacia un lugar específico, Cristo, andar en Su voluntad y como Él, en quien debemos poner la mirada. Las dificultades no deben desviarnos de ese objetivo.

Si Dios nos sacó del pasado, donde estábamos inmersos en miles de problemas, eso no significa que podamos seguir atados al ayer. Los errores pasados no deben amarrarnos. Si ayer vencimos, tampoco podemos gloriarnos en esas victorias. Los nuevos logros deben alcanzarse hoy, y eso es posible si nos mantenemos asidos de la mano de Jesucristo. Sólo de esta manera avanzaremos en el crecimiento de la fe cristiana, asumiendo nuevos pensamientos y actitudes conforme al Evangelio en el que estamos creciendo.

El apóstol Pablo a quien hemos aludido una y otra vez, compara la situación con una batalla y llama a los creyentes a pelear, con constancia, asidos al amado Hijo de Dios (1 Timoteo 6:12). Este batallar nos obliga a guardar el testimonio cristiano y a no desviar nuestra mirada de la vida eterna, hacia la que estamos marchando.

Perseverancia, la clave

La perseverancia es clave para vencer los problemas. El apóstol Pablo lo explicó en los siguientes términos en una carta magistral a los creyentes de Corinto:“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero sólo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire. Más bien, golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado.” (1 Corintios 9:24-27. Nueva Versión Internacional)

Para vencer los problemas y, como lo aprendemos en el pasaje, debemos someter nuestra naturaleza carnal a Dios. Llevar a la práctica aquello que aprendimos. Perseverar. No dejar que las dificultades nos conduzcan al abismo de la desesperación. Si caemos, debemos levantarnos de nuevo.

Con el vivo deseo de huir

¡Cuál es la actitud de centenares de cristianos cuando llegan los problemas? Salir huyendo. Como en sus mentes tienen la idea equivocada que ser cristianos les exime de tener tropiezos, prefieren volver atrás en la vida de fe. Tremendo error. Si queremos desarrollar el potencial de vencedores, necesariamente debemos perseverar y disponernos a permanecer firmes, aunque las olas comiencen a anegar nuestra embarcación.

En la carta a los Hebreos el autor estrado escribe: “Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de *Cristo, avancemos hacia la madurez. No volvamos a poner los fundamentos, tales como el *arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, la fe en Dios, la instrucción sobre bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Así procederemos, si Dios lo permite. Es imposible que renueven su arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del mundo venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen a la vergüenza pública.” (Hebreos 6:1-8. Nueva Versión Internacional)

Jamás olvide que el crecimiento, para enfrentar entre otras cosas los problemas que enfrentamos a diario, es una meta del cristiano. No somos perfectos pero avanzamos hacia esa meta, a la estatura de Cristo. Crecer y aprender van unidos de la mano.

Los problemas y la madurez espiritual

Como lo anotamos hace unas cuantas líneas, crecemos a través de los problemas. Pero agreguemos otro elemento que es necesario considerar. Las dificultades nos llevan a desarrollar la madurez espiritual.

Consideremos el siguiente pasaje bíblico: “Sobre este tema tenemos mucho que decir aunque es difícil explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual. ” (Hebreos 5:11-14)

Los creyentes del primer siglo, al igual que puede ocurrir hoy, eran tardos para oír, tendientes a quedarse en los primeros rudimentos de la fe y resignados a los pocos avances en su crecimiento. Esa condición les impedía alcanzar nuevas dimensiones en la vida de Dios. En tales circunstancias se dificulta el crecimiento personal y espiritual y, sin duda, los primeros problemas amenazarán con llevarlo a correr con desespero, sin rumbo fijo.

Tenga presente que la inmadurez espiritual es el fruto de ser oidores pero no hacedores de la Palabra. Crecer está ligado a la perseverancia. Tenemos que tener presente que hay una enorme diferencia entre envejecer en el Señor, y crecer en el Señor. ¿En cuál estado se encuentra usted?

Los problemas no desaparecerán porque los ignoremos. Estarán siempre ahí, latentes. En nuestra nueva condición de cristianos aprendemos que es necesario enfrentarlos. Sin duda saldremos airosos en nuestro propósito, porque a diferencia de épocas pasadas, tenemos a Jesucristo morando en el corazón y Él nos lleva a sobreponernos a las dificultades. ¡Obtendremos la victoria!

Publicado en: Consejería Familiar


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