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Dios necesita hombres y mujeres comprometidos


(Lección 2)

Dios necesita hombres y mujeres comprometidos (Lección 2)

Quien trabaja en la evangelización y siembra de nuevas iglesias, debe tener una motivación profundamente arraigada de su compromiso con la extensión del Reino de Dios. Convicción es la palabra clave e identifica a los hombres y mujeres que nuestro amado Señor necesita hoy para cumplir su propósito eterno de evangelización y siembra de nuevas iglesias.

Si hay una profunda convicción de por qué estamos compartiendo las Buenas Nuevas de Salvación y la meta que hacia futuro se orienta a sembrar nuevos espacios de reunión de los creyentes, estaremos— sin duda— girando alrededor de siete principios que le invito a revisar en la vida y ministerio de Jesucristo y de los cristianos de la iglesia primitiva y, a reafirmarnos en ellos:

1. Jesús fue un ganador de almas de tiempo completo

El ministerio terrenal del Señor Jesús estuvo caracterizado por la meta indeclinable de ganar almas. Vivía para ese propósito. Hombres y mujeres salvados de la perdición eterna. Y no solamente murió por todos sino que instruyó a los discípulos a seguir ese camino, que es el distintivo de quien se identifica como seguidor de Pablo y que podemos descubrir en la carta que dirigió a su fiel discípulo, Timoteo: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores...” (1 Timoteo 1:15)

Si nos movemos alrededor de la misma convicción, sin temor a equivocarnos, no descansaríamos sin que lleváramos a los pies del Salvador, mínimo a una persona cada día. Y a ese esfuerzo, sumaríamos otro: Crear las condiciones para que los nuevos creyentes tuvieran un espacio para reunirse a compartir su fe.

No hay razón ni nunca la ha habido para desestimar la necesidad que tienen las almas, que son objeto de la misericordia de Dios, ya que por ellos Cristo vertió su sangre en la cruz: "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10)

Un sembrador de almas es, entonces, alguien convencido de la importancia y trascendencia, eterna y presente, de su labor.

2. Cristo mismo es quien nos hace ganadores de almas

No es el mucho estudio ni la elocuencia de nuestras palabras la que nos torna ganadores de almas y sembradores de nuevas iglesias. Es el poder de Dios que se potencia en nuestra existencia, por las obras de Su Espíritu Santo.

El Señor Jesús enseñó a sus discípulos y a nosotros hoy, a proclamar eficazmente el Evangelio transformador: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19), y también impartió las siguientes instrucciones antes de ascender al cielo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado...” (Mateo 28:19, 20), a lo que añadió esta promesa que se hizo real al venir Su presencia a nuestras vidas: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).

Depender de Dios es la clave. Él es quien nos asegura la victoria en todas nuestras acciones orientadas a sembrar nuevos espacios de reunión de los creyentes.

3. Jesús veía en los pecadores a potenciales creyentes y vidas salvadas

Resulta lamentable que se esté privilegiando las estructuras gigantescas, aquellas que giran alrededor de las mega-iglesias donde se dificulta hacer seguimiento de los nuevos convertidos. Y una vez van a la iglesia, el esfuerzo se dirige a fortalecer las estadísticas, como si determinada membresía otorgara status.

Nuestro amado Salvador fue claro al instruir sobre la necesidad de alcanzar a todas las personas, sin distingo de ninguna clase: ”...Id por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa” (Lucas 14:23). Por supuesto, esa profunda motivación de pensar en la salvación de las almas, le mereció críticas, las mismas que quizá hoy recibamos usted y yo y que no deben ni podrán detenernos (Cf. Lucas 15:2).

Es una tarea que no tiene limitaciones de tiempo ni de carácter geográfico. Es a todas— insisto— a todas las personas de todos los países y lenguas a las que debemos alcanzar. La Biblia dice: “Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5:42), lo que nos revela que no descansaban en su propósito.

4. El Señor Jesús fue fiel a su misión, aún a costa de su propia vida

Evangelizar y sembrar nuevas iglesias compromete nuestros esfuerzos hasta el final, aprendiendo del Señor Jesús que no estimó valiosa su propia vida para traernos salvación y vida eterna, como explicó el apóstol Pablo:  "Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación. Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:18, 19). Y también enseña la Palabra: "Y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Colosenses 1:20).

Si nuestro amado Salvador lo hizo, usted y yo que somos sus seguidores, tenemos un compromiso grande e ineludible ya que, como lo define el autor sagrado:"… todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin saber quién les predique?” (Romanos 10:13, 14).

Bajo ninguna circunstancia podemos eludir nuestro papel protagónico en la tarea de extender el Reino de Dios.

5. El Señor Jesús expresó el apremio de cosechar la siembra

Nuestro amado Salvador dijo a sus discípulos y a nosotros que “…A la verdad la mies es mucha, más los obreros pocos. “ (Mateo 9:37). También leemos que  "… al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).

Esa realidad nos toca hoy día cuando el mundo experimenta un crecimiento poblacional sin antecedentes. El trabajo es mucho. Urge predicar y sembrar nuevas iglesias. No podemos quedarnos encerrados en las cuatro paredes del templo.

6. El Señor Jesús envió obreros a la mies

Como es imperioso desarrollar la obra, no basta con tomar conciencia sino que se requiere, con urgencia, preparar y enviar obreros a su mies ya que, como anotó el apóstol Pablo: “Pero esto digo, hermanos que el tiempo es corto...” (1 Corintios 7:29).

Si realmente queremos cosechar la siembra madura de nuestra generación, el secreto está en volver a descubrir la urgencia, pasión y celo de la Iglesia primitiva. Aquellos cristianos salieron por todas las ciudades y aldeas en constante búsqueda de las almas perdidas, aun al riesgo de sus propias vidas.

7. El proceso de evangelización y siembra de nuevas iglesias cumple un ciclo

El ciclo de sembrar nuevas iglesias implica, en primera instancia, el ser conscientes de la necesidad de extender el Reino de Dios. Una vez hemos cumplido esa fase, se debe emprender oración (Lucas 6:12; 10:2). La visión debe ser compartida a  otras personas (Juan 4:35), y a partir de ese momento, integrar un equipo de trabajo (Hechos 6:3). El último paso es movilizar a  los obreros.

Tenga siempre presente que nuestro amoroso Dios es quien da la visión, la provisión y la bendición y si Él lo guía, prosperará el trabajo de evangelizar y sembrar nuevas iglesias.

Un mundo que crece aceleradamente necesita más iglesias

Si bien es cierto las mega-iglesias constituyen una tergiversación del propósito original que era extender el Reino de Dios a todos los rincones de la tierra, se suma el hecho de que estamos muy cómodos al interior de las cuatro paredes de los templos olvidando que allá afuera millares de personas se pierden por la eternidad sin Cristo.

En un panorama así es que nuestro amado Señor se ha dado, desde la antigüedad, a la tarea de buscar obreros para su cosecha, y ese obrero u obrera es usted: "Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

¿La razón? El número de las personas que viven en el mundo, aumenta a una proporción de más de 70 millones por año. Menos de tres millones (un 4%) de ellas, han sido alcanzadas con el evangelio. Aproximadamente un 40% de los habitantes del mundo (2 billones de personas), no han sido alcanzados con el evangelio. Estas almas están fuera del alcance de una iglesia que se moviliza para expandir el evangelio a todos los rincones del mundo.

Piense no sólo en número sino en almas que tienen “…hambre... de oír la palabra de Dios” (Amós 8:11).

Como anotaba el autor y conferencista, en su libro magistral El Cayado del Pastor: “… Miles de pueblos y aldeas en China, India etc., todavía están esperando que alguien vaya a contarles acerca del Salvador Jesucristo. Tales personas viven y mueren sin conocer a Jesús, no porque hayan rechazado el mensaje, sino porque los pasados 2 mil años ningún cristiano ha ido a compartir el evangelio de amor con ellos.

Los estudios revelan que menos de 1 cristiano por cada 500 creyentes comprometidos en el liderazgo, dedica su vida a la extensión del Reino de Dios, lo que dista mucho de la disposición que asistía a los creyentes de la iglesia primitiva como el apóstol Pablo quien escribió: “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno” (Romanos 15:20). Él siempre estuvo disponible para “… anunciar el evangelio en los lugares más allá...” (2 Corintios 10:16)

Es tiempo de recobrar ese celo por evangelizar y sembrar nuevas iglesias. No debe comprometer únicamente a las denominaciones que tienen el rótulo de misioneras sino absolutamente a todas las que se proclaman cristianas. Recordemos que si Jesús no ha vuelto por su pueblo porque “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Él amado Padre celestial cuenta con usted y conmigo, y no podemos fallarle en ese gran compromiso. Sin duda, no es la voluntad de nuestro amoroso Dios que los hombres perezcan. Ellos perecen porque nosotros no les hemos llevado el evangelio.

Es tiempo de despertar del letargo

Piense por un instante: ¿Qué ha hecho usted por la extensión del Reino de Dios? Probablemente pensará que muchas actividades, quizá predicado infinidad de mensajes o tal vez, asistiendo a cuanto evento de formación se ha dado en su denominación u otras iglesias. No obstante la pregunta es, ¿En qué han contribuido esas ocupaciones para que otras personas conozcan a Cristo? Y si fueron evangelizados, ¿se les hizo seguimiento hasta que alcanzaran madurez espiritual? Y si llegaron a esa etapa, ¿se le ofrecieron a los nuevos creyentes espacios dónde congregarse, así debieran abrirse nuevas iglesias afuera de las cuatro paredes donde usted se reúne?

Probablemente ha caído en ese letargo del que advirtió nuestro Dios (Cf. Corintios 15:34), olvidando que  “El que duerme en el tiempo de la siega es un hijo que avergüenza” (Proverbios 10:5). Si asumimos una actitud pasiva, experimentaremos aquello sobre lo que advirtió el profeta:   “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos” (Jeremías 8:20).

Estamos llamados a reavivar la llama que nos insta a alcanzar a cuantas personas tenemos en derredor. La responsabilidad es nuestra y no podemos pasarla por alto.

Esto es lo que los cristianos primitivos hicieron día y noche. Ellos sanaron a los enfermos, echaron fuera demonios, predicaron el evangelio de casa en casa, en los mercados, en las fuentes de las aldeas, en las encrucijadas, en las calles, en los cultos, en las cárceles y por todas partes que iban. Eran sembradores de iglesias de tiempo completo.

Ellos no poseían catedrales o edificios de iglesias elaboradas, para inhibir su incontrolable gozo de ministrar y compartir las nuevas con los que estaban ansiosos de recibir a Cristo. Ellos iban afuera, hacia donde estaban los pecadores para anunciar el evangelio.  Debemos respirar y vivir con un propósito: para compartir el evangelio con todas las personas que nos sea posible y utilizando todos los medios.

Dios está con nosotros siempre

En la extensión del Reino de Dios no estamos solos; el Señor ha prometido estar con nosotros siempre: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días” (Mateo 28:20).

No hay motivo para poner obstáculos a las tareas que tenemos delante de nosotros. Hay que trabajar, de la mano de Jesucristo. La respuesta se verá reflejada en una mayor presencia de las Buenas Nuevas de Salvación entre los pueblos y comunidades no alcanzadas hoy, y el establecimiento de nuevas iglesias. Recuérdelo, sólo con esta disposición se materializará el anuncio del amado Salvador: "Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14) lo mismo que: "De cierto os digo... que se predique este evangelio, en todo el mundo...” (Mateo 26:13; Cf. Lucas 24:47; Hechos 1:8).

Hasta tanto no cumplamos la tarea, estaremos poniendo tropiezo a la visión de Juan en Apocalipsis: "Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones   y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos... Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7:9, 14).

Este es el resultado final de la Iglesia. Los millones de redimidos que formarán la Iglesia (en griego = ecclesia, que significa “los llamados o escogidos”), estarán envueltos en la adoración a Dios delante de Su trono por toda la eternidad.

Una responsabilidad ineludible ante Dios

Como hombres y mujeres comprometidos con la Extensión del Reino de Dios, nos disponemos a proclamar las Buenas Nuevas y sembrar nuevas iglesias, acogiendo el llamamiento ineludible que nos hizo Dios y que describe el profeta: "Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a las casa de Israel; oirás, pues, tú la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano” (Ezequiel 3:17, 18).

Si nos disponemos, si abrimos nuestro corazón, nos convertiremos en instrumentos útiles en manos del Señor. Y, recuérdelo, Él no desaprovecha instrumentos provechosos. El problema estriba en que desechemos ese llamado, por la enorme carga de responsabilidad que nos asiste en la predicación del Evangelio: "Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano” (Ezequiel 33:6-8).

Nuestra meta es llevarle a reflexionar que es una ficha clave en el plan eterno de Dios de llevar todas las criaturas humanas a ser salvas. Dios obra a través de cada uno de nosotros y, si estamos con ánimo pronto, dependiendo de Él, sin duda veremos una cosecha abundante de hombres y mujeres que reciben a Cristo en el corazón y se reúnen periódicamente a compartir su fe y crecer en los ámbitos físico y espiritual.

Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial


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