Dios le dio poder sobre el mundo de las tinieblas
El ministro estaba orando. Un culto maravilloso. El poder de Dios se movía como nunca antes en aquel lugar. Los enfermos eran sanados. Y… los cautivos recibían libertad. Y justo uno de aquellas personas, por mucho tiempo bajo el dominio de Satanás, prorrumpió en gritos que rompieron la tranquilidad del lugar.
—Déjame en paz. No te metas conmigo. Déjame en paz. — La voz sonaba amenazante.
Como si estuviera en medio de una tormenta de impredecibles consecuencias, muchos de quienes estaban reunidos, comenzaron a salir rápidamente.
El pastor Roberto miró fijamente al hombre, de aproximadamente cuarenta y cinco años, macizo, trigueño, que dejaba escapar saliva por la comisura de los labios, en una evidente manifestación de posesión satánica.
—En el nombre del Señor Jesús te ordeno callar, diablo mentiroso. Ato tu poder en este hombre. — ordenó.
Inmediatamente el poseso dejó de avanzar. Cuestión de segundos. Quedó como paralizado. Poco después, reinició sus ataques, más fiero que antes.
—En el nombre del Señor Jesús te ordeno callar, diablo mentiroso. Ato tu poder en este hombre. Desato de su vida toda atadura, y lo declaro libre en el nombre de Jesucristo, — dijo el clérigo.
El hombre cayó al suelo dando un grito más terrible que los primeros. Poco rato después estaba repuesto, sentado, atento a las instrucciones que le compartían algunos miembros de la congregación respecto a caminar en santidad, prendido de la mano del Salvador.
En otro lugar distante, una mujer salía de trabajar, pasadas las ocho de la noche. Las calles lucían oscuras. Las últimas bombillas habían sido apedreadas por pandilleros, en procura de pasar desapercibidos para las autoridades.
—Alto. Déme lo que trae en la cartera —, ordenó un asaltante. Bastante joven, pensó la mujer, que no salía de su asombro.
—Pero no traigo nada, excepto lo de pagar el pasaje de autobús —, explicó ella.
Por un instante, mil imágenes pasaron por su mente. A primera vista, no sabía qué hacer. Finalmente recordó su condición de cristiana— cosa extraña que suele ocurrirnos: a Dios es al último a quien acudimos —.
—En el nombre de Jesucristo te ordeno que sueltes el arma. — Gritó fuertemente.
El ladrón se quedó mirándola. Finalmente y como si hubiese visto algo que lo llenó de temor, arrojó la pistola y emprendió veloz huida.
Las personas que le preguntaron qué había pasado, sólo recibieron una respuesta sencilla: “Le ordené al demonio que había en ese hombre, que soltara el arma. Simplemente até su poder en el nombre de Jesucristo”.
Algunos sonrieron y se alejaron del lugar, totalmente escépticos. Otros, por el contrario, se quedaron sorprendidos y desde aquél momento, una idea comenzó a darle vueltas en sus cabezas: la lucha contra el mundo invisible era real, y en el poder de Jesucristo— creyeron— , era posible atar las fuerzas del mundo de las tinieblas.
El poder de atar y desatar
Los cristianos impactamos el mundo espiritual desde el mundo físico. A este aspecto de trascendencia se refiere el poder que utilizamos los cristianos de atar y desatar, teniendo como fundamento las armas más poderosas: el ayuno y la oración, que nos permiten derribar fortalezas.
Atar y desatar tiene como fundamento dos raíces griegas deo y luo. Vamos al primer término: atar. Se deriva del vocablo deo que literalmente vertemos al español como ligar, envolver, poner una atadura. En segundo es desatar, que viene del griego luo. Denota desligar, desatar, libertar, deshacer, soltar.
La ilustración de atar y desatar la encontramos en una escena cuando el Señor Jesús enseñaba a sus apóstoles respecto al perdón:
“Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. Pero si no, lleva contigo a uno o dos más, para que “todo asunto se resuelva mediante el testimonio de dos o tres testigos”.Si se niega a hacerles caso a ellos, díselo a la iglesia; y si incluso a la iglesia no le hace caso, trátalo como si fuera un incrédulo o un renegado. »Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. »Además les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18:15-20, Nueva Versión Internacional)
Observe se habla en un contexto de perdón, de desatar a alguien a quien tenemos atado por el resentimiento, el odio o cualquier manifestación en contra producto del daño que hayamos recibido.
En el tiempo del Señor Jesús el atar y desatar estaba estrechamente ligado al ejercicio de la clase rabínica. Como líderes religiosos se abrogaban la prerrogativa de permitir o prohibir algo relacionado con la Ley.
Pero en esencia, el atar y desatar tiene también una connotación espiritual sobre la base de que desde el mundo físico impactamos el mundo espiritual. Revise el texto y observe que el Señor Jesucristo fue enfático en asegurar que él respondería a cualquier cosa que pidiéramos dos o tres que nos hubiésemos puesto de acuerdo en algo, en Su nombre.
Bajo ese cimiento, estamos convencidos como creyentes, que ejercemos autoridad de Jesús para atar y desatar, desde el mundo material, lo que se produce en el ámbito espiritual.
Autoridad delegada
Resulta interesante notar que el Señor Jesús delegó la autoridad para poner en derrota el mundo de las tinieblas.
El amado Salvador envió a setenta de sus discípulos de dos en dos: “¡Vayan ustedes! Pero fíjense que los envío como corderos en medio de lobos.” (Lucas 10:3, Nueva Biblia al Día)
Fue un trabajo muy extenuante. “Los setenta y dos discípulos regresaron contentos de la misión y dijeron: —Señor, hasta los demonios nos obedecen cuando les damos órdenes en tu nombre. Él les respondió: —Yo vi a Satanás caer del cielo. Si, yo les he dado a ustedes poder para pisotear serpientes y escorpiones para vencer todo el poder del enemigo, y nada les hará daño. Sin embargo, no se alegren de que los espíritus les obedezcan, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo.” (Lucas 10:17-20, Nueva Biblia al Día)
Si bien es cierto, Satanás y sus huestes procuraron nuestra destrucción, tenemos la autoridad de Cristo y es fundamental que la ejerzamos. No podemos olvidar que las batallas pueden ser complejas, pero en el Señor Jesús somos más que vencedores.
Es por esa razón que usted y yo estamos llamados a atar y desatar. Es actuar en forma ofensiva y no asumir una actitud pasiva, que reacciona ante los ataques. La autoridad la dinamizamos desde el plano físico para que afecte la dimensión espiritual.
¿Dónde comienzan y se fortalecen las batallas?
Las batallas de Satanás y sus huestes en contra nuestra, comienzan con los pensamientos. Desde el mundo espiritual de las tinieblas ejercen influencia en el área física. Una vez el enemigo controla lo que piensa una persona, le resulta fácil afectar la totalidad del organismo. Paralelamente la maldad incide en las circunstancias, que inexplicablemente pueden tornarse adversas contra el género humano.
Un ejemplo lo encontramos cuando Satanás atacó a Job y producto de su arremetida, destruyó su familia y sus propiedades (Cf. Job 1:6-20)
Como creyentes inmersos en la guerra espiritual, atamos toda acción de Satanás y sus huestes, y desatamos libertad sobre las personas, incluyendo bendiciones en los planos personal y espiritual.
Ejercemos autoridad, la autoridad que nos delegó el Salvador. Lo hacemos como soldados del ejército de Dios, en nuestra condición de intercesores.
No hay límites de tiempo ni distancia para que el Padre celestial responda a nuestras oraciones. Tenga presente que es intercesión, clamor y ruego delante de Dios, como ganamos las batallas contra el mundo de las tinieblas.
Es importante reconocer que al atar o desatar, estamos confesando con los labios, aquello que creemos en el corazón: “La lengua tiene poder para su vida o para muerte; los que la aman sufrirán las consecuencias.” (Proverbios 18:21, Nueva Biblia al Día).
Cabe anotar aquí que podemos atar incluso a distancia y, si intercedemos por alguien, no importa que la persona se encuentre a kilómetros de distancia del sitio donde estamos orando.
La acción de desatar
Como cristianos, atamos en la autoridad de Jesucristo las obras de Satanás y sus huestes, pero ligado a esto, desatamos la influencia de un demonio de enfermedad, desatamos sanidad en el nombre glorioso de Jesucristo. Atamos y rompemos toda opresión física y espiritual, y desatamos liberación, en lo personal y lo espiritual. Proclamamos libertad y bendiciones con nuestros labios, así como declaramos atada toda fuerza del mundo espiritual de maldad.
Como siervos de Jesucristo atamos lo malo y confesamos y proclamamos lo que creemos. Es tiempo de actuar, con la misma decisión que asumió el profeta Jeremías cuando Dios le dijo: “Hoy comienza tu trabajo; prevenir a las naciones y a los pueblos del mundo. De acuerdo con mis palabras, expresadas por tu boca, yo derribaré unos y los destruiré, y plantaré y cuidaré a otros, los fortaleceré y engrandeceré.” (Jeremías 1:10, Nueva Biblia al Día)
Es imperativo que actuemos, como lo que realmente somos: intercesores que se mueven en el poder de Dios.
No podemos ser pasivos e indiferentes en la batalla espiritual que se libra alrededor nuestro, como lo hicieron los israelitas porque Dios “Se asombró de que nadie interviniera y decidió salvarlos con su poder y su justicia.” (Isaías 59:16, Nueva Biblia al Día)
El autor y conferencista cristiano, Frank Hammond, es enfático al señalar que:“Los cristianos necesitan despertar y darse cuenta que se les ha dado mucha más autoridad de la que habían imaginado. Ya no es cosa de oración por la cual clamamos: “Oh, Dios, por favor ven y haz algo contra estos demonios horrorosos que nos han dado un tiempo tan difícil.” Mas bien es cuestión de levantarnos en el poder en el nombre de Jesús y decir al demonio lo que debe hacer”. (Hammond, Frank e Ida. Cerdos en la sala. Editorial Unilit, 1995. Pg. 93)Cuando atamos el poder de Satanás y desatamos el mover de Dios, estamos actuando en la autoridad que nos delegó el amado Salvador Jesucristo. El reverendo Hammond continúa diciendo que:
“A nosotros se nos han dado las “llaves del reino”. Hay poder para gobernar sobre las fuerzas de las tinieblas. No tenemos que orar por eso. La batalla ya se ganó en los cielos y estamos para atar en la tierra lo que ya ha sido atado en los cielos.” (Hammond, Frank e Ida. Cerdos en la sala. Editorial Unilit, 1995. Pg. 95)Atar al hombre fuerte
Si no atamos el poder del Adversario y sus huestes, él seguirá dominando. El Señor Jesús enseñó a sus discípulos y también a nosotros, la imperiosidad de atar al hombre fuerte: “¿Cómo podrá alguien entrar en la casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes, si primero no lo ata? Sólo así podrá robarle.” (Mateo 12:29, Nueva Biblia al Día)
Es fundamental que neutralicemos a nuestro enemigo y su séquito de colaboradores, parea que podamos ministrar liberación a los cautivos, y recobrar el territorio del que haya tomado posesión.
Le invito a recordar el caso de la mujer que por espacio de dieciocho años estuvo atada por Satanás con una enfermedad:
“…y estaba allí una mujer que por causa de un demonio llevaba dieciocho años enferma. Andaba encorvada y de ningún modo podía enderezarse. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios. Indignado porque Jesús había sanado en sábado, el jefe de la sinagoga intervino, dirigiéndose a la gente: Hay seis días en que se puede trabajar, así que vengan esos días para ser sanados, y no el sábado. —¡Hipócritas! — , le contestó el Señor—. ¿Acaso no desata cada uno de ustedes su buey o su burro en sábado, y lo saca del establo para llevarlo a tomar agua? Sin embargo, a esta mujer, que es hija de Abraham, y a quien Satanás tenía atada durante dieciocho largos años, ¿no se le debía quitar esta cadena en sábado.” (Lucas 13:11-16, Nueva Versión Internacional)
La palabra enferma está relacionada aquí con atada. Era la situación bajo la cual la tenía sometida el enemigo espiritual. El propio Señor Jesús reconoció que era alguien “…a quien Satanás tenía atada durante dieciocho largos años…”
El poder y autoridad que Dios nos delegó a través de su amado Hijo Jesús, nos permite ministrar libertad a quienes se encuentran bajo ataduras.
Es esencial que asumamos desde hoy esa posición de batalla, confrontando las huestes del mundo de las tinieblas. Nos movemos en la autoridad y poder de Jesucristo. Él es quien nos otorga la victoria pata atar y desatar. Atamos el poder demoníaco, proclamamos la liberación del poder de Dios.
Publicado en: Guerra Espiritual
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