Dios es quien nos ayuda a superar la crisis matrimonial
Las invitaciones a la ceremonia llegaron con antelación, oportunas, sugestivas. Salvo uno que otro invitado, todos esperaban expectantes el día del matrimonio y, por fin llegó. Guillermo y Luz Enelia lucían majestuosos, como los protagonistas de un filme europeo, en el que los noviazgos terminan felizmente en nupcias.
El viaje de luna de miel, fue soñado. Todo salió bien. Los vuelos a tiempo, el hotel muy cómodo, la playa como un pedazo de paraíso, el momento de comprar los regalos fue toda una diversión, y el regreso se convirtió en el comienzo de la realidad.
Transcurridos los tres meses –ni un día antes ni un día después— todos se enteraron de la noticia: estaban haciendo gestiones para el divorcio.
Cada uno en su casa, Guillermo y Luz Enelia, contemplan los álbumes de fotografías con nostalgia, recordando lo hermosa que fue su boda y mirando con preocupación en lo que terminó...
Dios instituyó el matrimonio
Dentro del proceso de creación del universo, el ser humano y la institución del matrimonio, constituyen dos actos de singular importancia en el escenario universal. Nuestro amado Creador impartió instrucciones respecto a la conformación de un nuevo hogar: “Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne.” (Génesis 2:24).
No obstante el maravilloso plan de Dios, hoy día se observa una crisis sin precedentes históricos en los matrimonios. Hace falta compromiso, para por la familia como para el futuro de quienes la componen: los cónyuges y los hijos.
Abra usted el periódico de su ciudad y descubrirá cifras alarmantes de divorcios. También sinnúmero de procesos de separación en curso.
¿Es esto lo que esperaba nuestro Padre celestial? Sin duda que no. Él esperaba que los integrantes de la pareja se prodigaran amor y comprensión para resolver los pequeños y grandes problemas. Que la relación abarcara lo físico pero también el aspecto emocional, espiritual e intelectual del cónyuge.
Se está desmoronando el amor verdadero
El apóstol Pablo escribió una hermosa definición del amor verdadero, que debe primar en el matrimonio y en el conjunto de nuestras relaciones interpersonales: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no teme envidia; el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1 Corintios 13:4-7).
Pese a ello, si colocamos la mano en nuestro corazón para hacer una evaluación honesta, descubriremos que no cumplimos ni la mínima parte de los postulados descritos por el gran misionero del primer siglo. Nos hace falta mucho, porque generalmente prevalece el orgullo. Se convierte en el principal enemigo de la relación de pareja.
Ninguno debe andar por su propio lado, sin importarle los sentimientos del otro. Pablo mismo escribió: “Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y el su Salvador.” (Efesios 5:21-23).
Y en cuanto a los esposos, Pablo también es específico: “Maridos, amada a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla...” (Efesios 5:25, 26 a).
¿Hay alguna salida? Sin duda que sí. Por grave que luzca la situación, es posible hallar una solución.
Evalúe cómo va su matrimonio
Es importante que los cristianos evaluemos cada día nuestros pensamientos y acciones. Casados o no, es esencial que lo hagamos, tal como lo recomienda el apóstol Pablo: “Examinaos a vosotros mismos para ver si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos, ¿O no os conocéis a vosotros mismos? ¿No sabéis que Jesucristo está en vosotros?!A menos que estéis reprobados!.” (2 Corintios 13:5) y también: “Así que, cada uno someta a prueba su propia obra y entonces tendrá, solo en sí mismo y no en otro, motivo de gloriarse.” (Gálatas 6:4).
¿Ha tomado tiempo para auto examinarse? Es probable que no. Si decide hacerlo ahora, es esencial que revise cuáles son los sentimientos hacia su pareja, el trato que le prodiga, de qué manera ha contribuido al crecimiento personal y sentimental mutuo, cuáles han sido sus errores en la relación, en qué ha aportado para superar los problemas, entre otros aspectos a considerar.
Apúntelos en una libreta y, a un lado, defina ¿qué podría hacer usted para entrar a resolver tales diferencias?
Considere aspectos que rodean su matrimonio
Es una buena estrategia que haga un listado de los puntos fuertes y los débiles de su matrimonio. Determine cuándo y bajo que circunstancias se siente mejor en la relación.
Identifique los elementos que generan diferencias con su cónyuge y, por último, pregúntese qué actitudes debería cambiar a hacia su cónyuge.
El inventario contribuye decididamente si estamos dispuestos a hacer el último esfuerzo por salvar nuestra relación de pareja.
Tenga en cuenta que, en el caso de la mujer, todo su mundo gira en torno al amor, por tanto, deben mantenerse las expresiones de amor, comprensión y ternura que se evidenciaban en el noviazgo. También que es necesario brindarle apoyo y que su cónyuge le brinde seguridad.
El amor masculino es más práctico. Aunque lo sienta, generalmente no expresa el amor y enmascara este sentimiento. No obstante, gusta de recibir manifestaciones amorosas.
Alternativas frente a la crisis
Cuando hemos analizado cuidadosamente la relación de pareja para descubrir dónde se encuentran los puntos conflictivos, y si quizá hemos avanzado en la identificación de los aspectos sobre los que debemos aplicar correctivos, tenemos frente a nosotros tres alternativas:
La primera es el divorcio. Pero no nos garantiza que seremos exitosos en la próxima relación. Lo más probable es que también terminemos abocados a un nuevo divorcio.
La segunda alternativa es soportar la situación, sin hace nada. Obrar así nos llevará a un agravamiento del problema y, finalmente, convergerá en la primera alternativa, es decir, en el divorcio.
La tercera es hacerle frente a la dificultad con el poder de Jesucristo, y construir, a partir de lo que hay ahora, un matrimonio sólido. A menos que Dios ocupe el primer lugar en la relación matrimonial, las cosas no funcionarán.
Ore. Busque a Dios en medio del huracán que azota su vida. Pídale que tome el control de la situación y que lo oriente. Y cuando este ocurra, emprenda –en las fuerzas del Señor y no en las suyas— ese proceso de cambio hacia su pareja. ¡No me cabe la menor duda que todo será diferente!
Publicado en: Estudios Bíblicos
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