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Dinamice su vida de oración


(Lección 12 – Nivel 2)

Dinamice su vida de oración (Lección 12 – Nivel 2)

Se averió el auto. Justo cuando Jairo atravesaba una avenida transitada de la ciudad. Los otros autos pasaban raudos y hacían sonar la bocina. No faltó quien le llamara “aprendiz”, y la señora malhumorada que le hizo una seña grosera con la mano. El hombre estaba furioso. Si no fuera porque le veían, de buena gana habría agarrado los neumáticos del carro a puntapiés.

¿Qué hacer? Se formuló la pregunta una y otra vez. No encontraba aparente salida al laberinto. Miró dentro. La Biblia estaba abierta en el evangelio de Marcos, que leía por pequeñas porciones mientras el semáforo hacía el cambio de luces de rojo a verde. ¡Claro! Buscar a Dios… Como si un bombillo se iluminara. Inmediatamente pensó: “Dios debe estar bastante ocupado resolviendo problemas del mundo, como para ayudarme con un neumático ponchado”. Y desistió por algunos minutos.

El sol canicular, el calor insoportable y el ruido de autos, le llevó a reanudar su pensamiento centrado en Dios. Y oró: “Señor, ayúdame. Tengo un problema con un neumático, no tengo herramienta y necesito ayuda”.

Tres minutos después una camioneta se orilló, se bajó un hombre entrado en años, sonriente, como quien descubre una botella con agua abandonada en el desierto. “Veo que se varó. Soy mecánico. ¿En qué puedo ayudarlo?”. Y no solo hizo el trabajo, sino que además se despidió: “No le cobraré nada. Quizá otra vez si volvemos a encontrarnos”.

Se alejó hasta perderse en la distancia en su camioneta color rojo granate. Y Jairo no pudo menos que agradecer a Dios. ¡El Padre celestial se ocupaba de los pequeños detalles, como comprobó ese día!

Una escena reveladora sobre la oración

Dios responde a nuestras oraciones con poder. Lo tenemos claro pero, con frecuencia, lo olvidamos. Pareciera que concebimos en nuestra mente a un Dios que sólo se ocupa de asuntos de alto nivel, y que desconoce nuestras pequeñas necesidades. Estamos equivocados.

La autora y conferencista, Catherine Marshall, llama la atención al respecto cuando escribe:

“Dios insiste en que le pidamos, no porque Él necesite saber nuestra condición, sino porque nosotros necesitamos la disciplina espiritual de pedir. De manera similar, el hecho de presentarle peticiones específicas nos obliga a dar un paso adelante en la fe. La razón por la cual la mayoría de nosotros no hace peticiones que consideramos pequeñas, es porque creemos que si oramos por algo definido, y nuestra oración no tiene respuesta, entonces perderemos la poca fe que nos queda.” (Catherine Marshall. “Aventuras a través de la oración”. Editorial Betania. EE.UU. 1975. Pg. 16)

Le invito a que considere, cuidadosamente, cuántas veces pudo haber pedido al Padre celestial algo en apariencia sencillo, pero no lo hizo. Es una forma de medir nuestra fe, de levantar barreras que impiden que nos movamos en la dimensión de los milagros, y además, que disfrutemos al máximo del poder que se desprende de la mano de Dios en respuesta a nuestro clamor.

En alguna ocasión mientras el Señor Jesús recorría territorios predicando la Palabra, dos hombres invidentes oyeron del Maestro. No lo conocían. Lo no habían visto obrar milagros. Desconocían su origen. Simplemente sabían que era alguien venido de Dios. Probablemente lo pensaron dos veces antes de pedirle un milagro, pero después de dar vueltas sobre el asunto. Y se decidieron.

El Evangelio describe la escena de la siguiente manera: “Mientras Jesús y sus discípulos salían de la ciudad de Jericó, una gran multitud los seguía. Dos hombres ciegos estaban sentados junto al camino. Cuando oyeron que Jesús venía en dirección a ellos, comenzaron a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!». «¡Cállense!», les gritó la multitud. Sin embargo, los dos ciegos gritaban aún más fuerte: «¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros!». Cuando Jesús los oyó, se detuvo y los llamó: — ¿Qué quieren que haga por ustedes? — Señor — dijeron— , ¡queremos ver! Jesús se compadeció de ellos y les tocó los ojos. ¡Al instante pudieron ver! Luego lo siguieron.” (Mateo 20:29-34. NTV)

Le invito a considerar varios aspectos de manera que no pasen desapercibidos en el texto:

  1. Los dos hombres ciegos no habían visto al Señor Jesús, no le habían visto obrar milagros, pero habían escuchado que venía de parte de Dios.
  2. Los dos hombres ciegos quizá pensaron que su necesidad era pequeña pero clamaron al Señor Jesús.
  3. Los dos hombres ciegos no se dejaron arrastrar por los incrédulos que les instaban a callar.
  4. Los dos hombres ciegos perseveraron en medio de las dificultades, pidiendo por su milagro.
  5. Los dos hombres ciegos fueron específicos en cuanto a qué necesitaban de Dios.
  6. Dios honró la fe de los dos hombres y les concedió el milagro de ver, a través de la ministración del Señor Jesús.

El mayor problema es que no sabemos pedir, si lo hacemos no es conforme debiera, y si realmente eso que pedimos honra y glorifica a Dios cuando ocurre el milagro, ocurre que no perseveramos.

El apóstol Santiago escribió: “Desean lo que no tienen, entonces traman y hasta matan para conseguirlo. Envidian lo que otros tienen, pero no pueden obtenerlo, por eso luchan y les hacen la guerra para quitárselo. Sin embargo, no tienen lo que desean porque no se lo piden a Dios.” (Santiago 4:2. NTV)

Estos pasaje que hemos visto hasta ahora, deben llevarnos a reflexionar sobre el tipo de oraciones que elevamos a Dios, el por qué oramos y, finalmente, el grado de respuesta que obtenemos cuando oramos. Si tomamos tiempo para hacer una evaluación juiciosa, sin duda nuestra vida espiritual será revolucionada; experimentará un giro de 180 grados.

Aprenda a pedir también las cosas pequeñas

Si usted analiza cuidadosamente una pared, encontrará que salvo una estructura completa de hormigón, los muros están compuestos de ladrillos. Muchos. Decenas. Centenas. Y la sumatoria de estos bloques forma las paredes.

Igual nuestra vida espiritual, más cuando caminamos en la dimensión de los milagros de Dios: Constituyen la concatenación de un milagro más otro milagro más otro… Hasta conformar un conjunto. Es allí cuando podemos decir: “Estoy caminando en la dimensión de los milagros.”

El Dios en el que usted y yo hemos creído, es un Dios que siempre, en todo momento, está con nosotros. Por eso, la sumatoria de pequeños milagros imprime una nueva dimensión a nuestra vida espiritual. Es confiar en Él, incluso para lo que consideramos intrascendente.

El autor y conferencista, Bill MacKartney, escribe:

“Dios no es un Dios a tiempo parcial. Él está allí para cualquiera que le busque de todo corazón, mente y alma. Nada nos hará profundizar más en nuestra relación con Dios que la oración ferviente. La oración es el regalo de Dios para nosotros. Es el espacio donde Él nos revela una porción de su corazón. Pero sorprendentemente, la oración es la disciplina más descuidada en la Iglesia hoy.” (Bill MacKartney. “Siga hasta la meta”. Editorial Unilitt. EE.UU. 1996. Pg. 23)

Dios está allí a su lado. Conoce sus necesidades. Está atento. Espera que usted le pida lo que necesita. Basta que usted lo haga. Es cierto, Él conoce de qué necesita, pero espera que usted se lo diga en su propia voz, como enseñó nuestro amado Salvador Jesucristo: “Sigue pidiendo y recibirás lo que pides; sigue buscando y encontrarás; sigue llamando, y la puerta se te abrirá. Pues todo el que pide, recibe; todo el que busca, encuentra; y a todo el que llama, se le abrirá la puerta.” (Mateo 7:7, 8. NTV)

Perseverancia. Esa es la clave. Insistir. No darse por vencido. Pedir, pedir, pedir. Así sean cosas en apariencia pequeñas. Pedir. Dios desea concedernos, pero si lo pedimos, responde. Pedir y perseverar son esenciales (Cf. Lucas 18:1) Es nuestra manifestación de dependencia de Dios, del Padre celestial.

Cito nuevamente a la autora y conferencista, Catherine Marshall, llama la atención al respecto cuando escribe:

“Cuando nos vemos confrontados con una necesidad o un problema, ya se trate de una crisis grande o pequeña, si confiamos implícitamente en que Dios es nuestro Padre, entonces acudimos a Él como niños, contándole de la manera más sencilla y directa nuestra necesidad, pidiéndole que nos ayude.” (Catherine Marshall. “Aventuras a través de la oración”. Editorial Betania. EE.UU. 1975. Pg. 13)

Cambie la dinámica de orar

Si quizá se ha medido para pedirle a Dios algo, como por ejemplo que le ayude a través de alguien con una reparación o tal vez que le provea para algo tan elemental como pagar los servicios básicos, desde hoy va a confiar plenamente en Él y sencillamente va a hacerlo. Pedir, perseverar y esperar. ¡Dios hará el resto!

Nuestro amado Salvador Jesucristo enseñó a sus discípulos y a nosotros hoy, poco antes de ascender al cielo: “Así que ahora ustedes tienen tristeza, pero volveré a verlos; entonces se alegrarán, y nadie podrá robarles esa alegría. Ese día, no necesitarán pedirme nada. Les digo la verdad, le pedirán directamente al Padre, y él les concederá la petición, porque piden en mi nombre. No lo han hecho antes. Pidan en mi nombre y recibirán y tendrán alegría en abundancia.” (Juan 16: 22-24. NTV)

Una promesa que se hace realidad cuando pedimos: Dios desea responder a nuestras oraciones con milagros. No es para mañana, es para ahora, si nos atravemos a creer. El Dios en el que hemos depositado nuestra confianza— téngalo siempre presente— es un Dios de poder. Desde hoy: ¡Cambie su dinámica de oración!

Si tiene alguna inquietud, por favor, no dude en escribirnos.

Tareas para avanzar en la Lección 12:

Por favor, lea cada una de las preguntas. Busque la cita bíblica. Si considera complicado el interrogante, puede releer la enseñanza de hoy. Sin duda encontrará todas las respuestas…

  1. ¿Acudimos a Dios para pedirle cosas pequeñas?
  2. ¿Qué nos impide ir a Él para presentarle la totalidad de nuestras necesidades?
  3. ¿Hemos meditado en el hecho de que no involucrarle en la totalidad de nuestra cotidianidad, incluso en asuntos pequeños, es una forma de poner barreras al proceso de desarrollar intimidad con Él?
  4. ¿Por qué razón debemos ser específicos al orar? (Mateo 20:29-34)
  5. ¿Cuál es la razón por la cual debemos desestimar las voces de incredulidad que siempre encontraremos a nuestro paso?
  6. ¿Por qué debemos perseverar en oración? (Lucas 18:1)
  7. ¿Cuál es la consecuencia directa cuando simplemente pedimos a Dios y perseveramos? (Mateo 7:7, 8)

Publicado en: Escuela de Oración


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