mensajerodelapalabra.com :: Para uso personal solamente. Prohibida su reproducción total o parcial sin la autorización de autor.

mensajerodelapalabra.com

 

Decídase a marcar la diferencia como discípulo de Jesús


(Lección 10 – Nivel 4)

Decídase a marcar la diferencia como discípulo de Jesús (Lección 10 – Nivel 4)

Si algo le hacía brillar los ojos con la misma avidez de un gato en plena faena de casa en una noche oscura, era ver correr sangre.

Algo que le atraía poderosamente y le llevaba a sentirse dueño de la vida, como un dios.

Felipe se ufanaba junto con sus amigos, reunidos en la misma esquina de barrio de siempre, desde las seis de la tarde hasta que el frío lo obligaba a irse a casa:

Lo obligue a estar de rodillas. Me suplicaba, que su esposa, que sus hijos, que no los dejara huérfanos. Y yo, nada. Te mueres. Y el disparo. Y verlo caer. No lo imaginan. Y mañana, compren el periódico para que lo vean”, relataba, enfatizando los pormenores.

¿De una cárcel? Decía que era el refugio de los cobardes. “El día que me toque a mí, me muero. Primero bajo tres metros de tierra antes que encerrado en una jaula”, aseguraba con ese temor que nunca ocultó al encierro.

Las armas lo apasionaban. Cambiaba de modelo y de marca, como quien adquiere un teléfono celular.

Cada peso que se agenciaba cometiendo crímenes y atracos lo destinaba a las drogas. Un círculo vicioso que jamás terminaba. Una espiral sin fondo. Un agujero en el infinito.

Levantarse de mañana, cometer sus pillerías, drogarse y preso de la euforia, proclamar entre sus conocidos las acciones delincuenciales para luego dormir, en esa sucesión interminable de imágenes de pesadilla.

Lo capturaron un sábado, cuando caía la tarde y se aprestaba a pasar una noche de parranda, acompañado de una joven que había conocido en un restaurante.

Antes de salir de su habitación practicó varios pases de baile, especialmente de merengue, el que más le gustaba. Dos agentes lo retuvieron. No tuvo tiempo de decir nada. Cayó al suelo. Vociferaba, y en menos de lo que podía imaginar, estaba en una celda, estrecha, húmeda, con inscripciones, números de teléfono y nombres por todo lado.

Ese penal sería su casa por más de siete años, de los veinticinco a los que le condenaron por sus innumerables crímenes.

Llegó el momento del cambio

El cambio, sin embargo, llegó seis meses después de estar encerrado. Le visitó una mujer que le habló de Jesucristo y terminó haciendo la oración de fe, más por el desespero y el ánimo de que ella se fuera, que por el deseo sincero de cambiar de vida.

Pero esas sencillas palabras, marcaron una transformación en su vida. No podía consumir cocaína como antes, no le hacía efecto y se negó, pese a la insistencia de dos compañeros de celda, a seguir vendiendo alucinógenos.

Una fuerza que no podía explicar, se lo impedía.

Incluso comenzó a leer la Biblia. Ahora no dependía de sus esfuerzos sino de Dios. Y cuando menos lo pensó, estaba orando. Buscando a ese mismo Señor Jesús que tantas veces rechazó.

Por más de cinco años, estando aún bajo condena, marcó una diferencia entre sus compañeros. Con hechos demostró que el medio ambiente no es finalmente el que moldea el comportamiento de una persona. Que cada quien puede definir si actúe conforme a los parámetros del mundo. Fuera de la cárcel, sigue predicando, con ahínco, dispuesto a no perder un solo segundo, consciente de que cada minuto vale oro.

Productos iguales, rótulos diferentes

Cuando voy de compras con mi esposa Lucero, comparamos sinnúmero de productos que tienen la misma composición física y química, que generan iguales efectos, pero que son presentados con diferente rótulo.

El precio depende de la empresa— nacional o extranjera— que los produce. Es más, muchas veces anuncian adiciones y componentes que potencializan el artículo para mayor beneficio de los usuarios. Sin embargo cuando se prueban, se corrobora que no se ha modificado nada.

¿Le suena familiar? Sin duda que sí. Yendo un poco más allá, entramos que una dinámica similar ocurre con decenas de hombres y mujeres en todo el mundo.

En su afán de cambiar y experimentar crecimiento en las esferas personal y espiritual, recurren a toda suerte de corrientes seudo-religiosas o filosóficas.

Asisten entusiasmados a cursos de superación, dicen “Maravilloso. Una experiencia jamás imaginada. ¡Mi vida jamás será la misma!”.

Acompañan sus afirmaciones con sonrisas confiadas como en los comerciales de dentífrico de la televisión. Pasado un tiempo, descubren que nada ha cambiado y siguen siendo las mismas personas, con las mismas expectativas de siempre. Productos iguales con rótulos diferentes.

Llamados a marcar la diferencia

Ningún ser humano está llamado a quedarse en un nivel estático; por el contrario, un principio dinámico se fundamenta en el hecho de que hombres y mujeres— indistintamente de su condición social, cultural o económica— están llamados a crecer, a evolucionar. Avanzar a nuevas alturas.

Si somos discípulos del Señor Jesús, lo que esperan los demás y que constituye una lógica, es que experimentemos cambios en nuestra forma de pensar y actuar.

Nuestro amado Salvador lo enseñó en términos prácticos: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa.” (Mateo 5:14, 15. NVI)

La sal y la luz son dos componentes que transforman. Y eso es justamente lo que usted y yo debemos ser, agentes de cambio donde quiera que nos encontremos.

Más que dejarnos influenciar por el entorno, debemos asumir un papel activo y protagónico: influir en el mundo que nos rodea.

Es un proceso que está fundamentado en dos pilares: pensar y actuar de manera diferente que el común de la gente, tomando como punto de referencia el momento en que nos decidamos por el cambio. Este principio lo resaltó el Maestro cuando dijo: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.” (Mateo 5:16, Nueva Versión Internacional)

El segundo aspecto a considerar es que si nuestras actitudes no son distintas que otrora, no ha habido cambio y por ende, no estamos marcando la diferencia. Somos productos iguales con distinto rótulo.

¿Qué influye en su vida?

Todo alrededor nuestro ejerce una poderosa influencia en nuestro ser si se lo permitimos. Si nos alimentamos de la maldad del mundo, cultivaremos maldad en el corazón, y por supuesto, obraremos maldad. He ahí la necesidad de poner un filtro a la información que recibimos y procesamos en la mente.

El axioma es sencillo: obramos de acuerdo con lo que pensamos, y pensamos de acuerdo a la información que anidamos en el corazón. El rey David lo expresó de manera práctica cuando escribió: “Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores…” (Salmos 1:1 a, Nueva Versión Internacional)

Una sociedad como la nuestra, gobernada por el pecado, legitima lo pecaminoso. Le parece normal. Esa realidad determina que desarrollemos dos elementos claves en nuestra existencia: el sentido de justicia, y el principio de la rectitud.

El primero nos ayuda a poner en una balanza todo cuanto concebimos u obramos, y el segundo, nos permite caminar en consonancia con lo que Dios espera de nosotros.

En conjunto, los dos nos ayudan a no movernos en la dirección que el resto de las personas en camino al caos personal y social. En otras palabras, es comenzar a marcar la diferencia. Dejar de ser productos iguales con rótulos diferentes.

“Dime con quien andas… y…”

Además de los regaños por mi hiperactividad, a mi abuela Mélida le debo buena parte de las enseñanzas que han resultado valiosas en mi cotidianidad. Una de ellas es un refrán muy popular en Latinoamérica: “Dime con quién andas y te diré quién eres”.

El rey David lo expresó en otros términos que tienen profundo significado: “…ni cultiva la amistad de los blasfemos…” (Salmos 1:1 b)

Las amistades hay que evaluarlas cuidadosamente. Si alguien me insta e incluso, genera condiciones propicias para que obremos maldad, no lo podemos considerar una amistad apropiada y verdadera.

Es el tipo de personas es a quienes— sin cortar de plano la posibilidad de hablar— debemos distanciar. Aunque parezca demasiado radical, es la actitud que ayuda en estos casos.

Tomemos el caso de Jorge Alberto, un hombre convertido a Jesucristo pasados los cuarenta años. Su esposa llevaba mucho tiempo orando por él. Sumamente difícil: era borracho, mujeriego, con ínfulas de ateo y un complejo de superioridad que le acompañaba como una sombra, sin dejarlo actuar equilibradamente.

Cuando volvió la mirada a Dios, experimentó un cambio altamente positivo.

Justo cuando iba avanzando en el crecimiento personal y espiritual, sus amigos de otrora lo invitaron –una y otra vez— a irse de farra. Él los oía de buena gana. Pese a ello, los frecuentaba.

Finalmente cedió a la tentación y volvió a ser el mismo bebedor de antes. ¡Pudo evitarse una caída espiritual si solo se hubiera apartado a tiempo de quienes, llamándose sus amigos, le presionaban a volver atrás de su andar cristiano. Recuerde: debemos marcar la diferencia.

Asuma nuevos principios de vida

Hace pocos días el computador portátil de casa se echó a perder por un virus. Se perdieron muchas fotografías, apuntes deshilvanados para artículos y escritos futuros.

Lo curioso del asunto es que el técnico de sistemas me miró con una amplia sonrisa y dijo: “Nada de qué preocuparse. Es más, el aparato tiene memoria suficiente para incorporarle nuevos programas que le serán sumamente útiles”.

Ese incidente viene a mi mente cuando veo este principio en la Escritura: “… sino que en la ley del Señor se deleita, y día y noche medita en ella...” (Salmos 1:2).

Es esencial incorporar nuevas pautas de pensamiento a nuestra vida, las cuales— fundamentadas en la Biblia— producirán cambios en nuestro ser. Tendremos una afectación positiva. Pensaremos y actuaremos diferente. Base para el crecimiento personal y espiritual.

Cuando se opera una transformación en nuestro ser, se producen dos cosas: la primera, mejora nuestra intimidad con Dios y las relaciones interpersonales, y la segunda, vienen a nuestra vida bendiciones de lo alto: “Es como el árbol plantado a la orilla de un río que, cuando llega su tiempo, da fruto y sus hojas jamás se marchitan. ¡Todo cuanto hace prospera!” (Salmos 1:3)

Todos los seres humanos podemos cambiar, no en nuestras fuerzas sino en las de Dios.

Con la ayuda del Señor Jesucristo podemos lograrlo. Él nos acompaña durante todo el proceso. Nos guía y fortalece a cada uno. Pero el paso inicial es recibirlo en nuestro corazón, abrir las puertas a una existencia renovada. Tomados de Su mano, podemos ser hombres y mujeres que marquen la diferencia.

Preguntas para su auto evaluación en su avance como Discípulo de Jesús:

Le invitamos esta semana a repasar la Lección y responder los siguientes interrogantes, que le ayudarán a profundizar en las enseñanzas y a tornarlas prácticas en su vida diaria:

a.- ¿Ha pensado alguna vez en la importancia de dar ejemplo con su vida, de manera que impacte a otras personas?

b.- ¿Hay algo que lo diferencia de otras personas, ahora en su condición de cristiano?

c.- ¿Qué hay en su vida que desearía cambiar?

d.- ¿Qué ha impedido que experimente el cambio personal, espiritual y familiar que tanto anhela?

e.- De acuerdo con el Señor Jesús, ¿a qué estamos llamados los cristianos (Mateo 5:14, 15)?

f.- ¿Podría decir que su vida impacta a las personas que se encuentran a su alrededor?

g.- ¿Qué enseña la Biblia en cuanto a apartarse de la maldad (Salmos 1:1)?

h.- ¿De qué manera podrían afectarnos las malas amistades?

i.- ¿Qué papel juega la meditación diaria en la Biblia para experimentar cambios en nuestra forma de pensar y de actuar (Salmos 1:2)?

j.- ¿Qué se deriva de caminar en fidelidad a Dios (Salmos 1:3)?

Publicado en: Escuela de Discipulado


Copia el siguente texto a tu muro de Facebook:
https://www.mensajerodelapalabra.com/site/index.php/decidase-a-marcar-la-diferencia-como-discipulo-de-jesus-leccion-10-nivel-4/



Temas Relacionados: