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Conociendo el maravilloso mundo de la vida interior


(Consejería Pastoral – Capítulo 2)

Conociendo el maravilloso mundo de la vida interior (Consejería Pastoral – Capítulo 2)

Los cimientos son esenciales para que una estructura pueda soportar varios pisos. En caso de que la cimentación sea débil, inevitablemente se producirá un colapso y el edificio se vendrá a tierra”.

Con estas palabras un amigo ingeniero con quien dialogaba en la oficina, sustentó la importancia de tener una base sólida en toda construcción.

Igual ocurre con nuestra vida. A menos que haya un buen basamento, experimentaremos trastornos que serán evidentes a todos. Enfrentaremos dolor y lo provocaremos en los demás.

Hace pocos días leí el libro “Relaciones Humanas Aplicadas” del sicoterapeuta Juan Francisco Gallo quien asegura que la situación no solo es preocupante, sino que podría evitarse con una edificación personal y espiritual apropiada.

En su criterio:

“Los complejos, la timidez, el nerviosismo, la preocupación, el temor, la agresividad y la inestabilidad de ánimo, son trastornos de la conducta originados en la mala formación de nuestra personalidad, o sea, que los materiales con los que está fundamentada son falsos y maleables” (“Relaciones Humanas Aplicadas”, Pag. 21. Ediciones Paulinas. 1987. Santafé de Bogotá. Colombia).

Considero que se trata de una ilustración que gráfica dos elementos sobre los que debemos trabajar como preámbulo a una Consejería Pastoral eficaz, oportuna y bíblica: la Personalidad y la Conducta.

Para quien estudio sicología o quizá recibió asignaturas afines durante su formación académica en el Seminario o en el Instituto Bíblico, es fácil comprender de qué se trata; sin embargo, como aspiramos tornar muy sencilla la enseñanza de tal manera que además de asequible a todo Pastor, Obrero o Líder que trabaja en la obra de Jesucristo, sea muy práctica, debemos comenzar por definir estos dos grandes conceptos de manera que los podamos comprender y asimilar con facilidad.

La Personalidad

Latinoamérica se vio sacudida hace algún tiempo con la noticia sobre un hombre que, comenzando la mañana y frente a su negocio de ferretería en una plaza de mercado, procedió a agredir con un destornillador a los transeúntes. No había razón aparente para su comportamiento.

Las autoridades reaccionaron con rapidez. Pese a ello no fue fácil detenerlo, es más, era literalmente imposible. Seguía lanzando ataques con aquella herramienta.

Los intentos de un agente del orden por detenerlo degeneraron en una gresca hasta que un disparo zanjó las diferencias. El hombre murió.

Su tragedia había comenzado dos horas atrás. Apenas se sentó a apurarse un café en el desayuno, la esposa le recordó que debían tres meses de renta, a los hijos les habían devuelto dos veces de la escuela por estar atrasados en el pago de la colegiatura y, además, aquél día no tenían nada para el almuerzo.

“¿Qué hago, mujer, si el negocio cada día va peor?”, gritó ofuscado al tiempo que echaba por el suelo el pocillo con café.

Salió dando tremendo portazo. Estaba angustiado. La más mínima provocación desencadenó su ira irracional.

Alguien que presenció la escena resumió el asunto al decir: “A este pobre hombre lo mató la desesperación”. Tenía razón. Estaba atravesando por un mal momento que se dimensionó como producto de problemas en su personalidad.

Ejemplos bíblicos de la personalidad

Un hombre de la antigüedad a quien se consideraba ejemplo, delante de Dios y de los hombres, la esencia misma de la rectitud, se encontró en un abrir y cerrar de ojos en una penosa situación: perdió sus posesiones, en un absurdo accidente murieron sus hijos y para coronar la sucesión de incidentes trágicos, evidenció una enfermedad que no podían controlar los médicos de la época.

Fue una presión externa enorme que golpeó su vida y, por ende, su personalidad. Preso de la desesperanza escribió: “Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: “Un varón ha sido concebido”. ¿Por qué no morí yo al nacer, o expiré al salir del vientre? Porque ahora yo yacería tranquilo; dormiría, y entonces tendría descanso...¿Por qué se da luz al que sufre, y vida al amargado de alma; a los que ansían la muerte, pero no llega, y cavan por ella más que por tesoros; que se alegran sobremanera, y se regocijan cuando encuentran el sepulcro? Porque al ver mi alimento salen mis gemidos, y mis clamores se derraman como agua. Pues lo que temo viene sobre mi, y lo que me aterroriza me sucede. No tengo reposo ni estoy tranquilo, no descanso, sino que me viene tribulación” (Job 3:1, 11,20, 21, 24-26. La Biblia de las Américas).

¿Le resultan familiares estas reacciones? ¿Acaso ha tenido la oportunidad de apreciar actitudes así en amigos, familiares o tal vez en su propio ser? Si es así –como no dudo que haya ocurrido— hay problemas de personalidad tras los comportamientos errados descritos.

Ese es el punto clave al que debe dirigirse el Consejero. Ahora, para alcanzar mayor eficacia en la tarea, tanto de análisis como de acompañamiento con una orientación fundamentada en las Escritura, es necesario que definamos qué es la Personalidad.

La forma más sencilla de describir la personalidad es precisando que se trata del conjunto total de nuestras facultades físicas, mentales y emocionales, que a lo largo de la vida de cada ser han sido construidas a partir de vivencias, experiencias y aprendizajes tanto favorables como desfavorables, positivos y negativos.

Estos rasgos nos tornan distintos de las demás personas. Son algo único en cada hombre y mujer, porque igual, cada uno de nosotros es un mundo diferente.

Sobre esa base, es natural que las reacciones difieran en las personas cuando reciben un estímulo igual. Por ejemplo: a Job, el personaje bíblico, le avisaron que había perdido sus propiedades y más aún: sus hijos.

Se pronunció con calma ante quienes trajeron las malas noticias: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:22. La Biblia de las Américas).

Moisés, el profeta que guiado por Dios sacó a Israel de la esclavitud egipcia, también experimentó una situación delicada. Caminando en el desierto habían llegado a un lugar entre Elim y Sinaí. Tenían hambre y fatiga.

Relata la Escritura: “Y toda la congregación de los hijos de Israel, murmuró contra Moisés y contra Aarón en el desierto.” Los dos siervos de Dios se llenaron de angustia. ¡Era toda una nación en su contra! Fueron al Señor en procura de ayuda. La calma retornó cuando Él se pronunció: “Entonces el Señor le dijo a Moisés: he aquí, haré llover pan del cielo para vosotros, y el pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de cada día, para ponerlos a prueba si andan o no en mi ley” (Éxodo 16:2, 4. La Biblia de las Américas).

Como podrá apreciar, mientras que Job guardó la calma y recurrió a Dios cuando las circunstancias se hicieron cada vez más difíciles y minaron su confianza en el poder divino, en Moisés la reacción fue opuesta: inmediatamente buscó al Supremo Hacedor porque en ocasiones, fácilmente sucumbía a las presiones.

El ego, las circunstancias y la personalidad

Al primer concepto es esencial que le añadamos otro que está íntimamente ligado. Se trata del yo o del ego que hay en todo ser humano. Es lo que la Biblia llama espíritu. Vendría a ser el eje central de nuestra personalidad.

¿Ha observado con detenimiento las aspas de un ventilador al girar? Pues bien, si tomamos esta gráfica mental para ilustrar el asunto, diríamos que el yo es el punto central sobre el que la hélice da vueltas y vueltas.

Ahora, se preguntará usted, ¿qué relación hay entre el ego y la personalidad ? Para ilustrar la respuesta, tomaremos como ejemplo un cerillo. El ego vendría a ser el trozo de madera o de papel encerado sobre el que se fija el fósforo.

La acción de pasar el fósforo sobre una superficie corrugada para generar el fuego, vendrían a ser como las circunstancias que ejercen influencia en el ego ; y la llama sería, en este caso específico, la personalidad , es decir, lo que se produce al término de todo el proceso. Son tres elementos que están estrechamente unidos entre si.

Un ser que tenga la cimentación necesaria para guardar equilibrio frente al cúmulo de factores positivos y negativos que afectan su vida desde fuera, sin duda reaccionara con equilibrio.

Por el contrario, quien tiene problemas en su personalidad, desencadenará reacciones impredecibles. ¿Comprende ahora el valor de la sana personalidad y por qué razón el Consejero cristiana debe tomar nota del asunto antes de brindar una orientación a quien le consulta su problema?

La poderosa influencia del ego en la persona

Ahora, ¿de qué manera influye el yo o el ego ? Es como la página en blanco que tengo abierta en el computador. Está vacía. Pero conforme voy escribiendo, tendrá un mensaje que usted podrá leer. Todo depende de la concatenación de términos, frases y párrafos que consigne allí.

Bien podría escribir una novela costumbrista latinoamericana o, como lo estamos haciendo, un Manual de Consejería Pastoral.

El papel (en este caso el yo o el ego ) es el mismo en todos los escenarios, el resultado es el fruto de todo aquello que escriba (que lo llamaríamos personalidad , para el ejemplo que nos ocupa).

Hay algo más que debo agregar: nuestra Personalidad no es estática; por el contrario, es dinámica.

Jamás podemos decir que ya está formada porque siempre está en proceso de formación. Se desenvuelve en actividad y evolución, pero también puede manifestar deterioro cuando dejamos de lado cultivarla, orientarla y desarrollarla mediante el proceso constante de crecimiento personal y espiritual, y por supuesto, de sanidad interior.

En particular estas últimas palabras le invito para que las lea de nuevo y tome conciencia de que todo ser humano, cuando mediante una adecuada orientación, es encaminado a asumir y a avanzar en el proceso de transformación de Dios, puede cambiar. ¡No todo está perdido!.

Satanás, nuestro adversario espiritual y quien mantiene al mundo cegado a la nueva oportunidad de vida que ofrece Dios gracias a la obra redentora del Señor Jesucristo, nos vende la idea de que no podemos cambiar y, cuando lo estamos logrando y por alguna razón fallamos, nos trae desánimo. Sin embargo en Jesucristo hay esperanza.

Fue nuestro amado Salvador quien dijo: “Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto. El ladrón solo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10: 9, 10).

El Consejero debe conocer elementos esenciales que componen a todo ser humano. La gran diferencia es que no pretende ser psicólogo y menos competir con el sicoanalista, sino brindar aconsejamiento con fundamento en los principios de vida que se hallan en las Escrituras.

Cuando tenemos una comprensión básica del yo o del ego, su relación con las circunstancias exteriores y de qué manera se forma una personalidad, podemos afirmar que la personalidad se puede mejorar, transformar y perfeccionar.

La Conducta

Ahora, ¿cómo definimos la Conducta ? Es sencillo. Conducta es la manifestación de la Personalidad. Podríamos decir que la conducta es el lenguaje o medio a través del cual se expresa la personalidad.

Si tenemos una personalidad que tiene conflictos y problemas, reflejaremos estas anomalías en nuestros hechos, es decir, en la conducta. Nadie que enfrente desórdenes tendrá una conducta equilibrada.

Hay un hecho que no podemos desconocer. Es el de personas que en apariencia son absolutamente calmadas y equilibradas, pero sorpresivamente tienen comportamientos que riñen con la imagen que nos habíamos formado.

¿Qué ha ocurrido en tal situación? Que el individuo ha estado tratando de disimular y ocultar sus condiciones personales, antes que disponerse a superarlas. Cuando toma la determinación apropiada, es decir, volcarlse al cambio de la mano del Señor Jesucristo, es posible mejorar y transformar el Carácte r, la Personalidad y la Conducta.

Publicado en: Escuela Bíblica Ministerial


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