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Cómo experimentar una vida cristiana con propósito

Cómo experimentar una vida cristiana con propósito

Cuando la suave y fresca brisa que desciende los farallones baña a Santiago de Cali, al final de la tarde, los pensamientos fluyen con mayor rapidez y tranquilidad, y con los interrogantes a los que –en apariencia— es difícil encontrar respuesta: ¿Por qué soy cristiano? y, ¿para qué me sirve profesar la fe en el Señor Jesús?

Alfonso tragó saliva mientras filtraba el cúmulo de preguntas que, mezcladas en el corazón como si se tratara de un remolino que jamás se detiene, buscaba encontrarle sentido a la existencia.

En casa, a pocas cuadras de la orilla del río junto al cual meditaba, lo esperaba su esposa y tres hijos de once, ocho y tres años, respectivamente. La casa era humilde, pero amplia. Constaba de dos habitaciones de ladrillo limpio, un salón grande que hacía las veces de cocina y comedor, y un patio inmenso.

En esas pocas pertenencias reposaban veintitrés años de intenso trabajo por edificar, no solo una vivienda, sino también un hogar. Sin embargo razonaba, ¿de qué le había servido su convicción religiosa frente a las múltiples necesidades económicas que tocaban cada día a su puerta?

Rememoró a su esposa: menuda, trigueña, con unos ojos grandes, negros y con un destello de alegría que le robó el corazón y con quien compartía ya más de quince años de matrimonio. Algunas veces la atacaba la reuma, sobre todo cuando el frío de la noche era intenso en contraste con el calor del día.

Era un amor, sin duda. Lo que le inquietaba era que discutía por todo. En ocasiones se le iba la mano y, sobre todo cuando no recibía provisión a tiempo, le gritaba. ¿En qué había ayudado a su relación el ir cada semana a la iglesia y formar parte de una congregación de creyentes?

Ahora, su relación consigo mismo. Había que admitirlo, era un caos. En ocasiones ni se podía soportar. Le aterraba la idea de mirarse al espejo en las mañanas. Frente a sus ojos veía a un hombre derrotado, con los ojos apagados y una incipiente barba que jamás desaparecía, por mucho que repasara la piel con la afeitadora. “¿Por qué sigo enfrentando los mismos problemas— razonaba— si es apenas previsible que ya hubiese avanzado en mi crecimiento espiritual? Debería ser otra persona...”

Buscó afanosamente en su Biblia, más por inercia que por cualquiera otra razón. Halló el versículo que tenía subrayado con colores azul y verde claro: “¿Qué provecho tiene el hombre de su trabajo con que se afana debajo del sol?” (Eclesiastés 1:3).

Alfonso se dejó caer sobre el césped. Sonrió con desgano y preguntó en voz alta, sin importar que alguno de los transeúntes lo escuchara: “Ser cristiano ¿Por qué? y, ¿para qué?”.

Preguntas... preguntas... y más preguntas...

Tal vez se ha formulado estos y otros interrogantes en múltiples ocasiones. Como cristiano ha experimentado frustración porque piensa que no crece mucho en el plano espiritual y menos como persona. “¿Podré lograrlo?” se repite incesantemente. Incluso ha cuestionado la existencia de Dios. “¿Por qué permite Dios mi sufrimiento?” se ha repetido.

Sus cuestionamientos son los mismos que por años han asaltado a hombres y mujeres en toda la historia de la humanidad.

La vida tiene sentido

¿A qué se debe el que decenas de personas en todo el mundo encuentren salida a sus crisis acudiendo al suicidio? ¿Por qué millones de personas al término de sus días están embargadas por la sensación de que su ciclo vital concluye “sin pena ni gloria”? La respuesta es sencilla: No le han encontrado sentido a su existencia. Hasta tanto ocurra, el decurso de sus horas, minutos y segundos se convertirá en un martirio.

Leví— a quien llegaría el mundo a conocería como Mateo— es un vivo ejemplo. Estaba desarrollando una exitosa carrera como ejecutivo de impuestos al servicio de Roma. Aunque para algunos era un traidor, para otros era alguien envidiable no solo por su estatus social sino los las proyecciones económicas que se abrían frente a su desempeño profesional y laboral.

Adicionalmente su esposa e hijos gozaban de privilegios que él, de chico, jamás soñó. Sin embargo sentía que le faltaba algo. Le desesperaba que pasaran los días sin que nada significativo ocurriera. Su existencia eravacía.

“Y al pasar vio a Leví hijo de Alfeo, sentado en el banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y levantándose, le siguió” (Marcos 2:14).

En la vida de este recaudador se produjo una profunda transformación que le llevó a reorientar sus metas, planes y objetivos. ¡Un encuentro con Jesucristo trajo sentido a su existencia!.

Hace pocos días hablaba con un sicólogo a quien le pregunte sobre el papel que juega la fe en todo ser humano. Me dijo: “Reviste mucha importancia porque el hombre necesita algo o alguien en quien creer”.

Cuando volvemos la mirada a Cristo, como ocurrió con Mateo, damos el primer y más grande paso para tener algo por lo qué luchar y hacia lo cual dirigir eficaz y productivamente nuestros esfuerzos.

Le invito a considerar tres razones poderosas por las cuales su vida encuentra sentido y propósito:

1.- La existencia encuentra propósito en Cristo

La existencia de Mateo experimentó una transformación que se reflejó en su relación con Dios, consigo mismo y por ende, con aquellos que le rodeaban. En adelante todo cuanto hizo tenía la impronta del obrar divino, porque contrario a otros períodos de su devenir diario, el Señor ocupaba el primer lugar como podemos leer en el versículo siguiente:

“Aconteció que estando Jesús a la mesa en casa de él, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa juntamente con Jesús y sus discípulos; porque había muchos que le habían seguido” (Marcos 2:15).

Cuando permitimos que el Señor Jesús inicie la obra transformadora en nosotros, toma fuerza el anuncio que hiciera a sus seguidores; “...yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10 b).

¿Quién puede realmente cambiar y dar propósito a nuestro ser? Sin duda el Señor Jesucristo.

2.- La existencia encuentra propósito cuando nos acogemos al proceso

¿Ha intentado prepararse una buena taza con café simplemente revolviendo agua, el grano y la leche en una olla, sin siquiera poner a hervir todos los elementos? Es imposible. Es necesario que se cumpla el proceso mediante el cual, por medio del fuego, todos los componentes se mezclan hasta obtener el café al gusto.

Igual ocurre con muchas personas que esperan un crecimiento personal y espiritual inmediato. Olvidan que se trata de un proceso; en algunos casos lento y en otros, más rápido, pero siguiendo unas etapas ineludibles.

El avance eficaz radica confiar en las fuerzas de Dios y no en las nuestras como advierte el Señor Jesús: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Dios nada podréis hacer” (Juan 15:5).

Si nos disponemos con un corazón humilde al trato del Señor, el crecimiento personal y espiritual será real en cada uno, pero además afectaremos positivamente a quienes se encuentran alrededor: “Otra parábola les refirió diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31, 32).

¿Qué está ocurriendo cuando no apreciamos mayores cambios? Pueden registrarse dos causas. La primera, que la conversión a Cristo fue de labios y no de corazón; la segunda, que esperamos resultados rápidos sin esperar el trato perfecto y soberano de Diosa.

El no dejará su trabajo a medio terminar, como señala el apóstol Pablo: “...estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hacia el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).

Dios jamás deja las cosas a medio hacer; Él termina lo que emprende, y sin duda hará lo mismo con usted.

3.- La existencia encuentra propósito cuando redefinimos los valores

Con frecuencia viene a mi memoria la historia de una mujer de la zona marginal de una ciudad. Era muy pobre. Por años guardó dinero con el anhelo de comprarse un pequeño aparato de televisión. Y pese a la precariedad, lo logro.

Pasado algún tiempo el lugar que habitaba se inundó. Tratando de salir a tiempo, tomó a un hijo de pocos meses, ordenó al segundo que se asiera de uno de sus brazos y como pudo, tomó el telerreceptor. La fuerza del agua arrastró a su hijo recién nacido... pero salvó el televisor...

Igual con la vida de muchos hombres y mujeres: venden su vida a cambio de las posesiones materiales que son, al fin y al cabo, solo propiedades perecederas. Si nuestros principios y valores sólo giran en torno a las posesiones, experimentaremos una vida vacía y sin sentido.

A quienes enfrentaban una situación así, el Señor Jesús les dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).

El orden lógico de Dios para nosotros es, primero, buscarle y después recibir bendiciones materiales y espirituales. Sin embargo muchos lo invierten: buscan primero las bendiciones materiales, luego las espirituales y por último— si es que se acuerdan de El— buscan a Dios.

Encuéntrele sentido a la vida

Una existencia con sentido y propósito parte de un análisis sobre cómo estamos viviendo, y definir hacia dónde nos dirigimos si seguimos el curso de los hechos. Un segundo elemento es tener el valor suficiente para que abramos el corazón a los cambios que opera Dios, y tercero, asumir la nueva vida que nos ofrece a nivel personal y espiritual.

Sólo a través de un proceso así nuestra vida tendrá sentido.

Si no ha recibido a Jesucristo como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Él nos lleva a experimentar una vida de realización y de transformación en lo personal, espiritual y familiar. Decídase hoy por Jesucristo.

Publicado en: Estudios Bíblicos


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