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¿Anida todavía sentimientos de rencor en su corazón?

¿Anida todavía sentimientos de rencor en su corazón?

“Por años he considerado que soy una mujer buena, pero justamente por mi condición, enfrento problemas. Hay quienes han abusado de mi buena fe. Con decirle que he servido de fiadora y aquél a quien le ayudé con este servicio, se fue de la ciudad y me dejó con una enorme deuda por electrodomésticos. Ese es solo un ejemplo. Sería innumerable si cito todos los casos ahora. Por el daño que me han hecho, siento que no puedo perdonar y esa situación me causa mucho dolor y desánimo en mi vida cristiana”.

J.A.D. desde Piura, en el Perú.

Respuesta:

La sensación de desconsuelo que aflora cuando alguien en quien hemos confiado, nos traiciona, es apenas comprensible.

En cierta ocasión este sentimiento embargó al apóstol Pablo. Él escribió a su discípulo Timoteo para contarle de su inquietud: “Alejandro, el herrero, me trató muy mal. El Señor lo castigará por lo que hizo. Tú también cuídate de él porque se opuso a nuestra enseñanza. En mi primera defensa nadie me ayudó, todos me abandonaron. Que Dios no tome eso en contra de ellos. El Señor me salvará cuando alguien quiera atacarme y me llevará a su reino en el cielo. ¡Al Señor sea el honor por toda la eternidad! Así sea.” (2 Timoteo 4:14-18. Versión: Nuevo Testamento, la palabra de Dios para todos).

Observe cuidadosamente por lo menos cuatro elementos que son aplicable a su situación y a la de aquellos que han sido traicionados.

La primera es que el apóstol Pablo al igual que nosotros enfrentó la desilusión producto de quienes faltaron a la fidelidad por su amistad y compromiso cristiano. La segunda, no somos nosotros sino Dios mismo –como lo plantea el apóstol Pablo— quien hará justicia y si hay lugar, traerá castigo.

Un tercer aspecto es que naturalmente, como seres humanos, sentimos desazón cuando las personas alrededor nos dejan solos. Justo cuando confiamos en obtener su apoyo, nos dejan solos. Aquí es importante resaltar un cuarto punto, y es que en los momentos de crisis el apóstol Pablo volvió su mirada al Señor Jesucristo en procura de fortaleza. Él lo hizo. Trajo a Pablo fuerzas para proseguir, y además, la disposición de avanzar sin que la oposición, los ataques y la hipocresía que lo rodeaban, le llevarán a experimentar un revés espiritual.

Avanzando hacia la meta

Los cristianos evangélicos hallaremos tropiezos. Es una situación estrechamente ligada a nuestra condición de creyentes. Satanás levantará oposición. No obstante nuestro compromiso es sobreponernos a cualquier obstáculo y seguir adelante.

Precisamente el apóstol Pablo escribió: “No quiero decir que ya llegué a la perfección en todo, sino que sigo adelante. Estoy tratando de alcanzar esa meta, pues esa es la razón por la cual Jesucristo se apodero de mí. Hermanos, no considero haber llegado ya a la meta, pero esto sí es lo que hago: me olvido del pasado y me esfuerzo para alcanzar lo que está adelante. Sigo hacia la meta para ganar el premio celestial que Dios me ofreció cuando me llamó por medio de Cristo” (Filipenses 3:12-14. Versión: Nuevo Testamento, la palabra de Dios para todos).

Un hombre de Dios al cual la historia le reconoce como un ganador, no solamente enfrento dificultades— representadas en incomprensión, intolerancia, persecución, hipocresía y traición— sino que además nos trazó una pauta a seguir cuando nosotros afrontáramos situaciones similares.

Él reconocía— como debemos hacerlo nosotros— que estaba viviendo un proceso de crecimiento espiritual y personal. Es como subir una montaña. No todo será fácil, sin embargo debemos avanzar paso a paso hasta llegar a la cima.

Ahora dar pasos firmes es posible cuando, como lo anota el apóstol Pablo, olvidamos el ayer y nos disponemos a vivir el hoy y nos preparamos para el mañana. El ayer quedó en el pasado. No puedo seguir dándole vueltas al dolor que me causaron los demás. Nuestro propósito es uno: avanzar. Nada debe impedirlo.

Y quien nos ayuda a perdonar y dejar atrás lo que nos ata, es Dios mismo. ¿Es posible en nuestras fuerzas? Por supuesto que no, pero sí con ayuda de Aquél que nos creó y para quien nada es imposible.

Si no ha recibido al Señor Jesús, hoy es el día para que lo haga. Ábrale las puertas de su corazón. Le aseguro que no se arrepentirá.

Publicado en: Consejería Familiar


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