¿Acaso piensa que es superior a los demás?

Con ayuda de Dios logramos equilibrio en cuanto a nuestra propia valoración

“Enfrento dos problemas, hermano Fernando. El primero, que fui promovido al ministerio cristiano por el pastor y sus ayudantes, que vieron en mi alguien que podría ser útil en la extensión del reino de Dios. Pero conforme avanzo, y aunque lucho con esa situación, siento que estoy muy lejos— a nivel espiritual y de conocimiento— de los demás hermanos. El segundo, que apenas tomo conciencia de mi error, trato de enmendarlo y es como si retrocediera. Un verdadero caos para mi desenvolvimiento ministerial. ¿Qué hacer?”

G.H.L. desde Piura, en Perú.

Respuesta:

Al leer su carta, recuerdo las palabras del ex sacerdote católico Herman Hegger, en uno artículo que publicó la Revista “En la calle recta”. Dice: “Fue para mí una enorme liberación cuando comprendí, en 1948, que Jesús sólo me pide que me entregue con fe a Él, y que Él haría su obra”.

Palabras sabias de un hombre que renunció a su desempeño sacerdotal en Europa para someterse a Dios, renunciando a reconocimiento, estabilidad laboral e incluso, tradiciones que por años mantuvo su familia.

La esencia de su determinación estriba en la comprensión de que es en Jesucristo en quien encontramos la fortaleza para cambiar, afianzarnos y llevar mucho fruto.

¿Qué ocurre entonces? Que olvidamos un principio fundamental: gloriarnos en nuestros pasos en la escalera hacia el éxito es una actitud carnal porque olvidamos que somos algo, no en nuestras fuerzas y capacidades, sino en Cristo, dependiendo de Él.

Al respecto el apóstol Pablo escribió: “En cuanto a mí, ¡Dios me libre de jactarme de otra cosa que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo! En esa cruz mi interés por las cosas de este mundo murió hace ya tiempo, y en ella murió también el interés que el mundo pudiera tener en mí” (Gálatas 6:14. Paráfrasis La Biblia al Día).

Recuerdo que al ingresar a cierto país, la persona que me acompañó durante el viaje se identificó pomposamente como “predicador internacional” cuando le preguntó el agente de inmigración acerca de su profesión. Al interrogarme sobre lo mismo, le referí mi profesión secular: “periodista”.

— ¿Por qué hiciste eso?— me increpó mi compañero.

Por una razón elemental— le dije — : A esa persona no le importa mi título en la iglesia sino mi desenvolvimiento social, como cristiano. Hechos antes que palabras— expliqué.

Usted y yo no podemos gloriarnos en una designación honrosa que nos pudiera ofrecer la denominación a la que pertenecemos; por el contrario, el título más grande es el de cristiano si para ostentarlo, dependemos enteramente de Aquél que murió en la cruz por nuestros pecados, para hacernos libres.

Si alguna vez siente que es algo, secularmente o al interior de la iglesia, recuerde inmediatamente que es por la misericordia de Cristo Jesús que nos llamó al ministerio, no por méritos propios o las capacidades que nos asistan. Si somos algo o alguien, es por nuestro amado Salvador. Nada más.

Jesucristo en el primer lugar

Recobrar el principio de la humildad, parte de la base de otorgarle al amado Jesús el primer lugar en nuestra existencia. El apóstol Pablo escribió: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, más Cristo vive en mí. Y esta vida verdadera que ahora tengo es el resultado de creer en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2:20. Paráfrasis La Biblia al Día).

En criterio de Pablo, era esencial crucificar las obras de la carne. Hacerlo nos lleva a andar en el Espíritu, sujetos a Él. El texto que escribió sobre el particular dice: “Les aconsejo que obedezcan sólo la voz del Espíritu Santo. Él les dirá a dónde ir y qué hacer. Procuren no obedecer los impulsos de nuestra naturaleza pecadora, porque por naturaleza nos gusta hacer lo malo. Esto va en contra de lo que el Espíritu Santo nos ordena hacer; lo bueno que hacemos cuando la voluntad del Espíritu Santo se impone, es exactamente lo opuesto a nuestros deseos naturales...” (Gálatas 5:16, 17. Paráfrasis La Biblia al Día).

El secreto de todo está en someternos a Dios, permitirnos que sea Él quien reine sobre nuestras acciones, y otorgarle la gloria a Él, que es a quien le pertenece... No a nosotros...

Escrito por: Fernando Alexis Jiménez

Artículo Original: https://www.mensajerodelapalabra.com/site/?p=455


Publicado en: Consejería Familiar

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