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Fundamentos para una oración eficaz que lleva a la victoria


(Vida Victoriosa – Cap. 7)

Fundamentos para una oración eficaz que lleva a la victoria (Vida Victoriosa – Cap. 7)

Pasó más de seis meses entregando hojas de vida. En ninguna oficina respondían favorablemente.

Tenemos cubiertas todas las vacantes”, le decían invariablemente.

En algunas dependencia hasta habían colocado sendos letreros que decían: “No recibimos aspirantes a ningún cargo”.

La delgada suela de sus zapatos llegó a parecer un papelillo de tal manera que si hubiese pisado una moneda expuesta al sol, se habría quemado la planta de los pies.

No puedo conseguir empleo— le dijo a Rosa Eugenia, su esposa, el día que llegó cansado de recorrer muchísimas avenidas y cuadras caminando —. No se qué hacer. Realmente todas las puertas se cierran… —

No te desanimes— le respondió ella, con esa calma y ternura en los ojos, que semejaban un atardecer plácido en un bosque de pinos en la lejanía de las montañas —. No quiero insistir más, pero la salida es pedirle ayuda a Dios. Hazlo. En oración logramos lo que humanamente no podemos conquistar —.

Él resultaba demasiado “lógico” en su razonamiento, como para perder tiempo en un clamor.

Cinco años estudiando Contaduría Pública en la universidad, le habían llevado a explicarlo todo a partir de los números y de las fórmulas matemáticas que solía repetir: “No fallan jamás”.

Una noche ella lo encontró sentado en la cama, hablando con Dios en voz alta: “Sólo tú puedes ayudarme”, le decía con los ojos cerrados.

Oró no una sino muchas veces, hasta que se abrieron puertas de empleo en una ciudad en la que anualmente las universidades sacaban al mercado muchos profesionales.

Un gerente de una productora de papel escogió su hoja de vida en medio de un arrume de solicitudes, e hizo que lo llamaran. ¡Logró emplearse! Dios respondió a sus oraciones.

En otro lugar, distante de allí, Loida volvió su mirada a Dios después que su médico le indicó que tenía sospechas de un cáncer.

Le tomaron las placas y una primera biopsia.

Creo que debe prepararse para lo peor”, le advirtió un día, en el impecable consultorio de una reconocida clínica en mi amada Santiago de Cali.

La mujer profesaba fe en Jesucristo. Y aun cuando respetó el diagnóstico médico, no se resignó y decidió creer por un milagro de Dios. Esa fue su tarea en adelante: clamar al Señor por su sanidad.

La respuesta no se hizo esperar.

No explico qué ha ocurrido— le dijo el especialista al mirar unas segundas placas radiográficas —. Pero aquí ya no aparecen vestigios de cáncer. No lo entiendo, realmente. Pero en seis meses nos vemos de nuevo, ¿le parece?—.

Dios obró un milagro— le explicó ella —. Y en su vida también puede hacerlo —.

Él no respondió nada. Se limitó a mirarla por encima de los anteojos, y sonrió.

¿Qué papel juega la oración en el éxito de una persona? Un papel protagónico, diría yo. Esencial.

Recuerde que cuando clamamos, estamos ejerciendo influencia desde el mundo físico hacia la dimensión espiritual, y a su vez, la respuesta se produce con poder de parte de Dios— en la dimensión espiritual— sobre el mundo físico.

Los hombres y mujeres exitosos han descubierto este principio, y lo llevan a la práctica en su cotidianidad. Ese es su gran secreto.

En la Escuela de la Oración

Todos los seres humanos, temprano o tarde, nos hemos visto enfrentados a una situación difícil de resolver, cuya solución escapaba de nuestras manos.

Es probable que lleguemos a preguntarnos: “¿Qué puedo hacer ahora?”.

Si le ha ocurrido, comprenderá la angustia que nos embarga, y más cuando sentimos que estamos frente a un callejón sin salida.

Es en ese momento, cuando nada ni nadie nos ofrece respuesta a los interrogantes, es cuando nos matriculamos en la Escuela de la Oración. No es otra cosa que reconocer dos cosas: la primera, que tenemos realmente un problema, y la segunda, que nuestras capacidades son limitadas y no disponemos de los recursos para sobreponernos a los obstáculos.

Son períodos de desierto en nuestra existencia. Nadie, absolutamente nadie, ha estado ajeno a atravesar esos terrenos áridos, en los que no asoma una luz de esperanza. Gobernados por la angustia, comprobamos que Dios es real. Y además, que tiene un poder ilimitado, a través del cual encontramos respuesta a nuestras oraciones.

Es en ese momento cuando descubrimos algo maravilloso en torno a lo que meditaremos: que Dios oye nuestras oraciones— así creamos en muchas ocasiones que los cielos se cerraron y nadie escucha nuestro clamor — , y que Él responde maravillosamente, obrando milagros en nuestro ser, y en la vida de quienes nos rodean.

¿Quiere ser un hombre o una mujer de éxito? Valore en su verdadera dimensión la oración. A través de ella, Dios abre puertas que antes parecían cerradas. Lo imposible se hace posible.

¿Peticiones pequeñas para Dios?

Una angustiada mujer que no tenía para pagar la renta, me escribió desde San José de Costa Rica para decirme que su situación la tenía al borde del precipicio.

Al recomendarle que orara, me respondió: “Dios está muy ocupado resolviendo los problemas del mundo, como para ocuparse de una mujer cabeza de familia que no tiene el dinero para cancelar el arriendo”.

¡Tremendo error! Sí, nos identificamos con el hecho de que nuestro amado Padre celestial tiene muchos asuntos que resolver, pero también es necesario considerar que en Su presencia, no hay peticiones pequeñas ni grandes. Todas son igualmente importantes en Su presencia, y ocupan un lugar privilegiado en el escritorio de su despacho celestial.

Nuestro amado Salvador hizo énfasis en este aspecto cuando relató a sus discípulos acerca de alguien que pierde una moneda, que pese a su baja denominación, resultó de mucha estima y valor ante sus ojos.

Relata el Evangelio: “Jesús les puso otro ejemplo: “¿Qué haría una mujer que con mucho cuidado guardó diez monedas, y de pronto se da cuenta de que ha perdido una de ellas? De inmediato prendería las luces, y se pondría a barrer la casa, buscando en todos los rincones hasta encontrarla. Y cuando la encuentre, invitará a sus amigas y vecinas y les dirá: “¡Vengan a mi casa y alégrense conmigo! ¡Ya encontré la moneda que había perdido!” “De la misma manera, los ángeles de Dios hacen fiesta cuando alguien se vuelve a Dios.” (Lucas 15:8-10, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Una vez comprendemos que nuestra necesidad es muy importante para nuestro Hacedor, lo que nos corresponde es simplemente pedir y hacerlo bajo un profundo convencimiento, confiando plenamente que Dios responderá con poder.

Sea específico al pedirle a Dios

Jamás olvidaré que tras un largo viaje de varios días, llegamos a Lima (Perú) en un autobús que cubrió la distancia entre Cali y esa hermosa ciudad. Llegamos cansados y con hambre. Y, al momento de tomar los alimentos previo a un merecido descanso, pedimos a una hermana en la fe que orara a Dios en gratitud.

¡Tomó muchísimo tiempo repitiendo toda suerte de adjetivos! Muchos de esos términos, jamás los había oído. Para cuando terminó, muchos estábamos bostezando y con ganas de dormir.

¿Ha escuchado personas que procuran convencer a Dios con un idioma florido? No dudo que así sea.

Consideran que por su mucha palabrería lograrán que se produzca el milagro más rápido. ¿Debería ser así? En absoluto. Con Dios hay que ser específicos en nuestras peticiones.

Este principio lo ilustra una escena del Señor Jesús de paso por Jericó: “Cuando Jesús salió de la ciudad de Jericó acompañado de sus discípulos, mucha gente lo siguió. Junto al camino estaban sentados dos ciegos. Cuando oyeron que Jesús iba pasando, comenzaron a gritar: “¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de nosotros y ayúdanos!” La gente comenzó a reprender a los ciegos para que se callaran, pero ellos gritaron con más fuerza todavía: “¡Señor, tú que eres el Mesías, ten compasión de nosotros y ayúdanos!” Entonces Jesús se detuvo, llamó a los ciegos y les preguntó: — ¿Qué quieren que haga por ustedes? Ellos le respondieron: — Señor, que podamos ver de nuevo. Jesús tuvo compasión de ellos, y les tocó los ojos. En ese mismo instante, los ciegos pudieron ver de nuevo, y siguieron a Jesús.” (Mateo 20:29-34, Traducción en Lenguaje Sencillo)

¿Por qué les preguntó el Maestro qué requerían? ¿Acaso no era obvio? La respuesta es que se trata de algo relativo, porque si bien era evidente que lo que necesitaban era recuperar la visión, bien pudieron pedir una casa en el mejor lugar de la ciudad, o quizá un camello último modelo o tal vez una capa nueva.

Con nuestro amado Dios debemos ser muy específicos. Pedir las cosas tal como las necesitamos.

Imagine que para navidad usted le dice a su hijo qué quiere. “Una bicicleta”, responde él.

Una vez se la regala, descubre que el niño la quería de un modelo distinto o de un color diferente. ¡Usted sentirá desilusión! Pues bien, el Señor es nuestro Padre celestial y desea que si le pedimos algo, seamos lo más específicos posible.

¿Por qué no hay respuesta a nuestras peticiones?

El apóstol Santiago despejó el interrogante respecto a por qué no hay respuesta a nuestras peticiones. Él enseñó: “Son tan envidiosos que quisieran tenerlo todo, y cuando no lo pueden conseguir, son capaces hasta de pelear, matar y promover la guerra. ¡Pero ni así pueden conseguir lo que quisieran! Ustedes no tienen, porque no se lo piden a Dios.” (Santiago 4:2, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Es evidente entonces que luchamos en nuestras fuerzas, no sabemos pedir, lo hacemos con egoísmo y no pedimos lo que realmente necesitamos.

Recuerdo a un joven frustrado porque Dios no le daba una motocicleta.

Su argumento era que Dios proveía lo mejor y el vehículo representaba una prioridad.

Tal vez para él era esencial pero nuestro amado Padre sabía que no lo requería, o simplemente, dárselo no iba a llevar a que hiciera mal uso del aparato y terminara estrellándose contra un poste del encordado eléctrico.

¿Está caminando hacia el éxito? Ore. Encuentre en la oración apalancamiento para alcanzar sus más caros anhelos. Pero además, hágalo teniendo objetivos muy claros. No olvide que aquél que no sabe para dónde va, cualquier avión le sirve.

Tres fundamentos: creer, confiar y obrar

Es evidente que si sabemos pedir, y lo hacemos en consonancia con la voluntad de Dios, la respuesta vendrá. Pero es imperativo que pidamos. Simplemente eso: elevar nuestras solicitudes al Padre en oración, como lo enseñó el Señor Jesús: “Pidan a Dios, y él les dará. Hablen con Dios, y encontrarán lo que buscan. Llámenlo, y él los atenderá. Porque el que confía en Dios recibe lo que pide, encuentra lo que busca y, si llama, es atendido.” (Mateo 7:7, 8, Traducción en Lenguaje Sencillo)

En otras palabras, quien pide recibe. Nuestro Hacedor no deja de escucharnos. Y responde en su tiempo perfecto. Si creemos, simplemente clamaremos y Él nos responderá.

Pasemos ahora a un segundo elemento: Dios quiere darnos lo mejor. Debemos confiar en Él. Nos provee de lo que necesitamos, en el momento oportuno, y sus bendiciones no traen tristeza a nuestro corazón, como lo enseñó Jesucristo: "¿Alguno de ustedes le daría a su hijo una piedra, si él le pidiera pan? ¿Le daría una serpiente, si le pidiera pescado? “Si ustedes, que son malos, saben dar buenas cosas a sus hijos, con mayor razón Dios, su Padre que está en el cielo, dará buenas cosas a quienes se las pidan.” (Mateo 7:9-11, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Y un tercer aspecto, que resulta fundamental, es que pidamos al Padre en el nombre del Hijo, tal como Él mismo instruyó: “Hasta ahora ustedes no han pedido nada en mi nombre. Háganlo, y Dios les dará lo que pidan; así serán completamente felices.” (Juan 16:24, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Como hemos apreciado hasta el momento, si no hemos recibido más es porque no hemos pedido, y si hemos pedido, no lo hemos hecho apropiadamente.

Perseverar y no racionalizar todo a partir de la lógica

Al tener un panorama muy amplio acerca de los fundamentos para una oración eficaz, es clave que recordemos dos cimientos en los que usted debe afirmarse: el primero, es la perseverancia.

Quien persevera, alcanza”, solemos repetir en Latinoamérica.

En cierta ocasión nuestro amado Salvador enseñó este principio: “Jesús les contó una historia a sus discípulos, para enseñarles que debían orar siempre y sin desanimarse.” (Lucas 18:1, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Ahora, si hemos pedido algo, no debemos girar alrededor de la lógica: ¿Cómo responderá Dios? ¿Será qué sí lo hace? ¿Cuándo se producirá el milagro? Racionalizarlo todo es un muro que se levanta para impedirnos avanzar en el proceso de recibir hechos milagrosos en nuestra existencia: “Les aseguro que si alguien no confía en Dios como lo hace un niñito, no podrá ser parte del reino de Dios”.” (Marcos 10:15, Traducción en Lenguaje Sencillo)

Cuando usted enciende su aparato de televisión, seguro no se pregunta cómo operan los circuitos o de qué manera una infinidad de pequeños puntos configuran una imagen. Simplemente enciende el receptor y usted confía que verá el programa favorito.

O la luz eléctrica: usted no se pregunta cuál es el proceso para que la energía llegue desde una central hidroeléctrica, viajando en milésimas de segundos por muchísimos kilómetros de encordado hasta llegar a su casa. No. Usted simplemente oprime el interruptor y sabe que la lámpara se encenderá.

Usted y yo procuramos el éxito en todo cuanto hacemos: en el desenvolvimiento secular, en la búsqueda de paz interior y en nuestro desenvolvimiento espiritual. Lograr tal plenitud y realización es posible cuando media la oración.

A través del clamor, encontramos respuesta a nuestras necesidades, las puertas se abren y lo imposible, se hace posible.

Jamás olvide que el secreto de los triunfadores de los tiempos modernos en la oración.

Publicado en: Libros Electrónicos


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