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Rompa con todo lo que le ata a un pasado de rechazo

Rompa con todo lo que le ata a un pasado de rechazo

Por años Rosaura sufrió fuertes dolores de cabeza y, en los últimos meses, sus pies se hinchaban sin que los médicos encontraran la razón.

Te encuentras bien, lo demuestran los exámenes— decían los especialistas que le formularon una y otra medicación, sin que mejorara su situación.

Además de sus dolencias, escuchaba voces y en varias ocasiones sintió deseos de quitarse la vida. Era un deseo irrefrenable que la llevaba a asomarse al balcón de su apartamento, en un cuarto piso, con deseos de arrojarse al vacío.

La inclinación al suicidio se agravó con estados depresivos que el siquiatra no pudo identificar, salvo que le envió unas pastillas que le ayudaban a mantener la calma, y otras que le permitían conciliar el sueño.

Como la ciencia no hallaba razón de sus enfermedades, Rosaura fue a una iglesia cristiana. El pastor que la atendió estaba inmerso en la guerra espiritual e identificó, después de varios diálogos con esta amable pero sufrida señora, que experimentaba ataduras por un espíritu de rechazo que estaba convirtiéndose en una fortaleza.

Apenas empezó a orar por ella, la mujer sintió mareo y náuseas. Hicieron una pausa, pero nuevos encuentros de oración llevaron a que se manifestaran demonios. Ese hecho facilitó el proceso de liberación.

Las cadenas que la ataban a un pasado de rechazo se rompieron. Hoy Rosaura es libre. No padece enfermedades. ¡Cristo la hizo libre! Con un proceso de consejería logró superar todas sus dificultades y atemperar la sanidad interior que tanto necesitaba.

El rechazo, ¿una atadura?

Jamás se alcanza a imaginar alguien el tremendo daño que causa en una persona expresarle términos ofensivos que se convierten en fortalezas de rechazo.

Las consecuencias pueden ser inmediatas o futuras. El dolor, la impotencia, la sensación de desasosiego, son entre otras, las características que se evidencian en alguien que ha sido golpeado por el rechazo, pero hacia futuro, el resentimiento y hasta el odio pueden llegar a convertirse en tremendas cadenas.

Sin embargo en medio del panorama desalentador, una buena noticia: Dios quiere obrar una sanidad total en cada persona, no solo en el ámbito físico sino también emocional: por ese motivo es necesario someternos a Él, y permitirle que trate con todas las áreas de nuestra existencia.

El rechazo abre las puertas a las tinieblas

Cuando experimentamos rechazo y no perdonamos a quien nos ha causado daño, en el pasado o en el presente, abrimos puertas para la contaminación espiritual.

Satanás se aprovecha de esa situación y comienza a sembrar ideas de que jamás podemos salir adelante, que somos unos fracasados y que fuimos concebidos para que todo— absolutamente todo— nos vaya mal. El adversario espiritual se aprovecha de las circunstancias para sembrar odio, rencor, resentimiento e ira, entre otras emociones negativas, en el corazón de la persona que experimenta esta situación.

Laura por años sintió que su vida era un caos. Enfrentaba enfermedades frecuentes y cayó en el espiral sin fondo de las drogas.

¿La razón? Sólo entre quienes fumaban yerba encontraba aceptación. “Si allí nadie me cuestionaba, creí que era mi lugar. Los frecuentaba, pero luego se convirtieron en mi familia”, confesó la joven tiempo después de ser liberada de esa atadura.

El recibir rechazo lleva a que Satanás y su ejército de maldad, tomen ventaja. Anida en el corazón de sus víctimas emociones encontradas, que son negativas y altamente destructivas. Contaminan cuerpo, alma y espíritu.

Por años creí que los demonios sí me amaban— relató una mujer que escapó de la hechicería —. Me comprendían. Siempre estaban allí, cuando los invocaba. Con el tiempo comprendí que sólo buscaban mi destrucción… —

Ella se vio inmersa en el mundo del ocultismo tras una vida de dolor, en la que sólo recibía recriminación de sus padres. Su baja autoestima se vio cultivaba por el sobrepeso que siempre evidenció, especialmente desde la adolescencia.

¿Qué fuerza liberadora representa el amor?

Cuando recibimos amor, quedamos habilitados para amar. Es algo íntimamente ligado en el ser humano. El rechazo, por su parte, es la negación del amor. Y su ausencia, lleva a generar condiciones propicias para odiar, albergar resentimiento y procurar el mal de las personas alrededor. El amor, por tanto, es indispensable para un mundo interior sano.

El primero en manifestarnos su amor, fue Dios (cf. Juan 3.16). El apóstol Juan lo expresó magistralmente cuando escribió a los cristianos del primer siglo y a nosotros hoy: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él. En amor no hay temor; mas el perfecto amor echa fuera el temor: porque el temor tiene pena. De donde el que teme, no está perfecto en el amor. Nosotros le amamos á él, porque él nos amó primero.” (1 Juan 4:16, 18, 19).

Nuestro Adversario, Satanás, odio a Dios y a sus criaturas: usted y yo. Por esa razón gana terreno cada vez que alimenta el rechazo.

Unos padres que manifiestan aversión a sus hijos, abonan el terreno para que ellos se conviertan en seres resentidos, que odian y procuran causar daño.

Un diario argentino que leí hace pocos días, aludía al resurgimiento de la venganza en las zonas urbanas. Mencionaba, entre otros casos, el de Carlos. Un joven rebelde. Estaba involucrado con robo y agresiones físicas a las personas con las que tenía contacto.

Jamás pensé que mi falta de diálogo con el muchacho, iba a desencadenar esta situación”, explicó Verónica su madre, quien fue a visitarlo en un hospital de Rosario.

Conforme se distanciaba de sus progenitores, el chico pasaba más tiempo en la calle. Iba a casa sólo a dormir, bien tarde en la noche. Ahora estaba ahí, casi inerte, con dos disparos en la cabeza que los cirujanos se resistían a operar. “Lo más probable es que fallezca”, dijeron a la atribulada madre.

Los padres coincidieron en asegurar que se pudo evitar ese trágico desenlace si no hubiesen rechazado a su hijo.

La Biblia nos enseña que el amor de Dios, cuando lo aceptamos, constituye una fuerza liberadora que rompe las ataduras demoníacas del rechazo: “Porque Cristo, cuando aún éramos flacos, á su tiempo murió por los impíos. Ciertamente apenas muere alguno por un justo: con todo podrá ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios encarece su caridad para con nosotros, porque siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:5-8, Versión Reina Valera 1909).

Una joven mujer se resistía a recibir ministración para ser libre. “Vendí mi alma a Satanás. En la secundaria. Ahora le pertenezco a él. Me dio todo, aunque me ha causado mucho dolor”, repetía fuera de sí. Le explicamos que ya el amado Salvador Jesucristo, que la amaba, había muerto en la cruz para hacerla libre, dejando atrás las cadenas que la ataban a la maldad.

Ella se vinculó a una secta satánica en su adolescencia. Explicaba que en ese grupo, que se reunía en las noches los fines de semana, sentía aceptación.

Aquél día, cuando reconoció el infinito amor de Dios, pudo ser liberada. Comprendió lo que es el amor verdadero, aquél que proviene de nuestro amado Padre celestial. Jamás podemos olvidar que el primero en darnos su amor fue Dios (Juan 3:16; 1 Juan 4:16, 19; Romanos 5.8)

Es tiempo de sanar nuestro mundo interior

¿A qué nos referimos con el mundo interior? Al área del ser humano donde se albergan sentimientos y emociones. El mundo interior, en otras palabras, es la personalidad. Cuando hay rechazo, ese corazón está herido y necesita recibir sanidad. No es la que se deriva de los medicamentos, sino de la ministración que hace Dios en nuestras vidas.

El Señor Jesucristo es quien trae esa sanidad, como explica el profeta Isaías: “Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores, pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.” (Isaías 53:4, 5)

El amado Salvador sana, del griego Iaomai, que vertido al español traduce: “Curar, hacer completo, liberar de pecados, de errores y de enfermedades”. Esta palabra está vinculada al griego Tharapeu, que entendemos como la atención y cuidado necesarios para restaurar a una persona a su integridad total y completa.

¿Anidó en su corazón el rechazo? ¿Ese sentimiento encontrado le llevó a odiar a quienes le rodeaban, comenzando por sus padres y hermanos? Si es así, es tiempo de perdonar hoy y ser libre.

Recuerde: a través de sentirse rechazadas, muchas personas abrieron puertas al mundo de las tinieblas, pero en Jesucristo usted está llamado a experimentar libertad.

Nuestro amado Salvador vino a romper las cadenas. Las Escrituras dicen que “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente. Su fama se extendió por toda Siria, y le llevaban todos los que padecían de diversas enfermedades, los que sufrían de dolores graves, los endemoniados, los epilépticos y los paralíticos, y él los sanaba. Lo seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y de la región al otro lado del Jordán.” (Mateo 4.23-25)

Jesús no solo sanaba las enfermedades sino las heridas emocionales. Satanás veía con angustia cómo se rompían las cadenas de aquellos que había tenido atados por años.

¿Qué hacer entonces?

En el proceso de ser libres de toda atadura de Satanás, es fundamental reconocer que en Jesucristo hay libertad. Él rompe las cadenas. El segundo paso es pedirle al Señor que sane nuestras heridas emocionales del pasado y del presente. Lo hacemos en oración. Un tercer paso es renunciar, de manera voluntaria, a todas las consecuencias pasadas y presentes que desencadenó el sentimiento de rechazo, y por último, declarar sin poder sobre su vida, las ataduras satánicas que venía arrastrando por años, y declarar que sólo Jesús es el Señor de su vida.

Algo más: es fundamental que Cristo more en su corazón. ¿De qué manera? Invitándolo a su vida. Dígale: “Señor Jesús, reconozco mis pecados y que por tu sacrificio en la cruz, me hiciste libre. Gracias por tu amor, que me hace salvo. Recibo tu perdón y la oportunidad que me abres para emprender una nueva vida. Entra a mi corazón y haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.

Publicado en: Guerra Espiritual


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