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Trabajo y familia en una balanza, ¿Cuál es su prioridad?

Trabajo y familia en una balanza, ¿Cuál es su prioridad?

“Con el paso del tiempo he descubierto que perdí mucho tiempo y dejé de lado a mi familia. Tengo dos hijos que ya están casados, y mi hogar hace siete años se fracturó. Ella vive con el hijo mayor, y la aprecian mucho. Volver a mi lado ni siquiera lo concibe. Estoy jubilado y, para ser sincero, me aburre estar en casa. ¿Cómo enfrentar esta soledad tan dolorosa?”

J.J.R., desde San José, Costa Rica

Respuesta:

La soledad es aterradora, lo admito. Y todo aquél que tuvo un hogar, comprueba en carne propia las consecuencias devastadoras de vivir en la desolación de cuatro paredes. ¡De nada sirve tener riquezas, posición social o haber alcanzado la cima del éxito, si no tiene a su familia cerca!

Un hombre al que conocí en un funeral se lamentaba por la decisión de su hijo— de 22 años— de suicidarse. El muchacho consumió una sustancia que acabó con su vida. “¿De qué me sirve todo lo que conseguí para heredarle, si Miguel no está con nosotros”, se quejaba.

La situación se tornaba más dramática porque la esposa lo culpaba de dejarlos solos. “Nunca te ocupaste de él”, le recriminaba. El joven era hijo único.

Por supuesto, no es el único caso. Pensar en esa escena debe llevarnos a evaluar cómo estamos nosotros. ¿El trabajo está primero que la familia? ¿Quizá lo es el servicio en la iglesia? A qué le concedemos mayor prelación.

El profeta Moisés encarna la vida de un buen siervo de Dios, pero cuando leemos sobre su vida, encontramos que “tuvieron que llevarle la familia al trabajo”. Esa tarea la cumplió su suegro Jetro.

¿Desea que miremos el pasaje bíblico? Observe cuidadosamente: “Jetro, el suegro de Moisés y sacerdote de Madián, se enteró de todo lo que Dios había hecho por Moisés y por su pueblo, los israelitas; y oyó particularmente cómo el Señor los había sacado de Egipto. Anteriormente, Moisés había enviado a su esposa Séfora y a sus dos hijos de regreso a casa de Jetro, y él los había hospedado.  (El primer hijo de Moisés se llamaba Gersón,  porque cuando el niño nació, Moisés dijo: «He sido un extranjero en tierra extraña». A su segundo hijo lo llamó Eliezer,  porque dijo: «El Dios de mis antepasados me ayudó y me rescató de la espada del faraón»). Así que Jetro, el suegro de Moisés, fue a visitarlo al desierto y llevó consigo a la esposa y a los dos hijos de Moisés. Llegaron cuando Moisés y el pueblo acampaban cerca del monte de Dios. Jetro le había enviado un mensaje a Moisés para avisarle: «Yo, tu suegro, Jetro, vengo a verte, junto con tu esposa y tus dos hijos». Entonces Moisés salió a recibir a su suegro. Se inclinó ante él y le dio un beso. Luego de preguntarse el uno al otro cómo les iba, entraron en la carpa de Moisés.” (Éxodo 18:1-7. NTV)

Es evidente que Dios utilizaba poderosamente a Moisés. Cumplió un papel histórico de suma trascendencia para el pueblo hebreo. Era fiel al Señor y a la misión a la que le llamó el Creador. Pero, ¿qué de la familia?

La esposa –Séfora— y sus dos hijos estaban en la casa de sus padres. ¿Era ése el lugar que les correspondía? Sin duda que no. Y fue el suegro quien los trajo hasta Moisés. Ahora, piense por un instante que se trate hoy de un pastor, líder de iglesia o empleado secular. ¿Su lugar prioritario es el trabajo o con su familia, agotadas las ocho hornas normales de jornada laboral? Es cierto, el ministerio no tiene horario, pero sí debemos poner límites y no descuidar al cónyuge y los hijos.

Viene bien hacer periódicos balances respecto a cómo anda nuestra relación en el hogar, la cantidad y calidad de tiempo que les brindamos a nuestros familiares, especialmente de casa, y aplicar los correctivos a los que haya lugar. Cuando nos decidimos a cambiar, todo el panorama alrededor cambia. Y en ese proceso de transformación, Dios nos ayuda. Nos toma de Su mano poderosa y nos lleva por el camino apropiado.

Llegar a la cima… pero con la familia

Cuando un hombre o una mujer tienen éxito, su ascenso al poder debe ser evaluado. No dudamos que haya logrado subir cada escalón con mucho esfuerzo, pero también, es probable que conforme iba ascendiendo, comenzó a sacrificar tiempo de calidad con su familia, tiempo para el sano esparcimiento, tiempo con los amigos y tiempo con Dios.

Llegar a la cima demanda inspiración y transpiración, y en ocasiones, la transpiración implica olvidarnos de vivir, renunciar a lo más valioso: nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestras amistades.

De nuestro lado muchos se irán. Bien porque se hayan peleado con nosotros, porque no compartan nuestros planes y proyectos, porque tienen una forma diferente de trabajar o sencillamente porque quieren irse. Los últimos que se irán, y lo más probable es que no lo hagan, son los miembros de nuestro círculo familiar.

Si tenemos claro este panorama, bajo ninguna circunstancia podemos descuidarlos. Debemos prodigarles cuidado, amor, disposición de ayudarles cualquiera sea la necesidad y acompañamiento en todo momento: en las épocas de gloria pero también en las de fracaso.

Sólo cuando lo hacemos, tenemos ganado el derecho de disfrutar nuestros triunfos. Jamás olvide que sin una familia sólida, edificada bajo principios y valores aprendidos de nuestro amado Dios, el éxito puede ser igual a la derrota.

Su error: Llevar a cuestas toda la carga

¿Cree usted que echarse la carga encima de todo el trabajo en una oficina, en una iglesia, en una factoría o donde quiera que se desenvuelva, le hará llegar a la cima? Sin duda que no. Lo más probable es que termine emproblemado, bien porque lo dejen solo cuando surjan dificultades o porque— sencillamente— todos se tranquilicen al saber que usted está a cargo, y decidan no hacer nada.

Cuando nos apropiamos de todo lo que se debe hacer en un lugar, allí donde laboramos o prestamos un servicio, terminamos resintiendo nuestra salud, acumulando preocupaciones, acariciando altos niveles de estrés, y lo más grave: sacrificando la relación de pareja y con los hijos.

Piense por un instante cuánto agradaría a su familia que les dedicara más tiempo, el mismo trabajo que hoy dedica al trabajo. Puedo asegurarle que modificar una hora —que invierte hoy en el ministerio o en la ocupación secular que desempeña— para orientarla a su cónyuge y a sus hijos, les hará mucho bien.

Y digo que una hora, porque en ocasiones procuramos hacerlo todo nosotros, no delegamos, y dejamos de lado la posibilidad  de estar— esa hora de la que le hablo— con nuestros seres queridos en casa.

No somos indispensables, Dios es el único indispensable. Si nosotros el mundo no caerá a pedazos. Pero puedo asegurarle una cosa: Nuestras ausencias en casa llegará el momento en que tendrán su efecto negativo y nos pasarán cuenta de cobro cuando los hijos crezcan y la relación de pareja se haya deteriorado.

Hoy es el día para imprimir cambios en nuestra vida personal y espiritual con ayuda de Dios. No solo podemos lograrlo sino además, avanzar significativamente cada nuevo día. Le aseguro que no se arrepentirá. Prendidos de la mano de Jesús el Señor, vamos camino a la victoria. Y si aún no lo ha recibido como Señor y Salvador, hoy es el día para que tome la mejor decisión de su existencia. ¡No se arrepentirá jamás de esa determinación!

Enfrentando la soledad

Cuando la soledad toca a nuestra puerta, debemos evaluar nuestro grado de responsabilidad. Un segundo paso es reprogramarnos, con ayuda de Dios. Él no nos concibió para qué viviéramos solos.

Salir a eventos culturales, caminar, ver morir la tarde en un parque, ir al cine o quizá un concierto, pueden ser buenas alternativas.

Jamás olvide: Si tiene familia, cuídela hoy; si la perdió, pida a Dios que oriente su vida en esta nueva etapa, en la que debe aprovechar al máximo cada instante.

Publicado en: Consejería Familiar


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