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Aprendiendo a construir relaciones sólidas en familia

Aprendiendo a construir relaciones sólidas en familia

Si usted está vivamente interesado en fortalecer su relación de pareja y, de paso, ejercer una influencia transformadora sobre sus hijos, es importante que se formule dos preguntas que marcarán impacto en su vida: ¿Qué estoy invirtiendo en mi familia?, y la segunda: ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar por mi familia?

Generalmente las personas esperan lo mejor de la vida— como si el mundo entero tuviera una deuda con ellas— y eso aplica al entorno familiar. Esperamos vivir sin conflictos, manteniendo unas buenas relaciones con el cónyuge y los hijos, pero a cambio no queremos dar nada. Creemos equivocadamente que mis familiares están en deuda conmigo— bien sea porque proveo, porque concino, porque mantengo todo en orden, porque doy las órdenes— y me deben prodigar amor, cuidados y respeto.

¿Qué debemos hacer? En primera instancia reconocer que estamos equivocados. Nuestra familia no nos debe nada, por el contrario, nosotros les debemos mucho. Sobre esa base, es fundamental que cambiemos la concepción y comencemos a invertir en nuestra pareja y los retoños que hay en casa como fruto de esa unión.

Invierta en fundamentos sólidos

Unas relaciones sólidas a nivel de la pareja y con los hijos se construyen a partir de principios sencillos pero que traerán fortaleza. Se convierten en cimientos que le permiten permanecer firme a pesar de las circunstancias adversas y los momentos difíciles.

Le invito a considerar los fundamentos en la primera carta que dirigió el apóstol Pablo a los creyentes de Corinto: “El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni orgulloso ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. No se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia.” (1 Corintios 13:4-7. NTV)

A partir de ese maravilloso texto que deberíamos revisar con tanta frecuencia como sea posible, incluso al comenzar cada mañana, permítame compartir con usted cinco fundamentos que debe invertir en su familia; no un día sino siempre:

1.- Amor

2.- Perdón

3.- Tolerancia

4.- Comprensión

5.- Ayuda

Piense por un instante en estos cinco fundamentos. El amor le permitirá reconocer en su cónyuge y en sus hijos, al menos una sola cosa –comportamiento, pensamientos o acciones— de su cónyuge cada día; puedo asegurarle que antes de un mes estará amando de manera especial a quien Dios le concedió como pareja y sus retoños en casa.

El perdón es esencial porque le lleva a dejar atrás todo lo que debe quedarse en el pasado. Cuando Dios nos perdona, jamás recuerda el daño que hicimos. Lo arroja al fondo del mar (Cf. Miqueas 7:18, 19) Perdonar entonces permitirá que comencemos un nuevo capítulo cada día. El ayer, con todos sus errores, sencillamente queda en el ayer. El perdón va de la mano con el amor.

El tercer aspecto es la tolerancia. Reconocer que somos diferentes de los demás, y que esto aplica con su cónyuge y con sus hijos. Sencillamente son personas con una cosmovisión distinta. No pueden pensar y actuar como lo hace usted. Y ligado a este fundamento, viene la comprensión, que no es otra cosa que ponernos en los zapatos de la otra persona. Si lo hacemos, tendremos una comprensión mucho más amplia de por qué obra nuestra pareja y nuestros hijos como lo hacen.

Y finalmente, la ayuda. Nuestra familia crecerá en la medida en la que les ayudamos a crecer, a avanzar, a ser más eficaces. Si sabemos algo, compartir ese conocimiento, transferir enseñanzas claras que ayuden a crecer a cada uno de los miembros de la familia.

Construya relaciones gratificantes

Vivir con otra persona no es fácil, no solo ahora sino desde siempre. ¿La razón? Compartir un mismo espacio resulta difícil si tenemos en cuenta que pensamos y actuamos diferente del cónyuge y de los hijos.

Quizá al comienzo durante el noviazgo, todo parece ser como una novela; no obstante, conforme pasa el tiempo, interactuar con el cónyuge puede tornarse frustrante. Las diferencias de opinión tienden a ser más grande y la búsqueda de soluciones a los conflictos se torna más lenta o sencillamente se estanca. Decidimos tal vez pretender que tenemos la razón, y movidos por el orgullo, no buscamos ningún tipo de conciliación.

¿Qué nos mueve? Nos mueven en esencia los sentimientos y emociones que no sabemos controlar. Nos dejamos arrastrar por el momento, y los resultados siempre son desastrosos. Comparto con usted algo que leí de los autores Michael Catt y Alex Kendick: “Seguir nuestro corazón sería bueno si siempre fuéramos amorosos, si estuviéramos en sintonía con Dios y deseáramos lo correcto. Sin embargo, ya que los seres humanos somos egoístas, orgullosos y a menudo engañados, seguir nuestros corazones no siempre puede llevarnos a lo correcto.” (Michael Catt y Alex Kendick. “El desafío del amor – Estudio Bíblico”. Lifeway Editores. 2012. EE.UU. Pg. 9)

¿Por qué lo decimos? Porque el orgullo llega a dominar nuestro corazón y terminamos pensando y obrando de tal manera que herimos a todos en casa.

El principal motor en nuestra relación familiar debe ser el amor. No lo que proveamos, lideremos o tal vez soñemos. Es el amor, como enseña el apóstol Pablo: “Tres cosas durarán para siempre: la fe, la esperanza y el amor; y la mayor de las tres es el amor.” (1 Corintios 13:13. NTV)

Observe por favor que podemos alcanzar todo cuanto queremos, ser todo aquello que anhelemos, considerarnos el mejor líder en el trabajo, la sociedad o la iglesia; quizá tenemos mucho conocimiento; probablemente proveamos todo lo que necesita nuestra familia diariamente… pero delante de Dios lo más significativo es el amor. Y si trasladamos ese fundamento a la familia, entendemos que Él nuestro amado Hacedor, valora el tiempo que invertimos en familia, nuestra comprensión, amor, tolerancia y expresiones de apoyo que les brindamos. Todas se derivan del amor, y el amor es muy valioso delante del Señor.

Cuando amamos, testificamos en casa y entre las personas entre quienes nos desenvolvemos, que verdaderamente Dios mora en nosotros (Cf. 1 Juan 4:7, 8, 11) Amor, que parte de una decisión. Ahí si podría decirle: Usted decide en su corazón amar a su pareja y a sus hijos. Revise su corazón. ¿Qué hay en él? Quizá dice que ama a todos alrededor, pero no es así. Comparto con usted esta nueva reflexión que le ayudará a crecer: “Seguir nuestros corazones a menudo significa ir tras aquello que parece correcto en el momento. Nuestras emociones y sentimientos pueden ser engañosos y llevarnos por el camino equivocado.” (Michael Catt y Alex Kendick. “El desafío del amor – Estudio Bíblico”. Lifeway Editores. 2012. EE.UU. Pg. 10)

Si amamos realmente, con esa capacidad maravillosa de amar que Dios colocó en nuestro corazón, construiremos con nuestro cónyuge y con los hijos relaciones significativas, que aprovechan cada instante y lo tornan memorable, y además, relaciones enriquecedoras, que nos hagan sentir bien a la par que les hacemos sentir bien. Cada instante será alentador, darán ganas de seguir viviendo.

Exprese su amor

Las palabras se las lleva el viento. ¿Lo ha escuchado alguna vez? Sin duda que sí. No basta con decirle a nuestra pareja y a nuestros hijos que les amamos: debemos mostrarlo con hechos. Ir más allá de las palabras.

Piense en un esposo que le dice a su cónyuge: “Te amo”, pero es áspero con ella. ¿Cree usted que estas palabras le impactarán? Sin duda que no. E imagine ahora que le dice a su hijo: “Te amo”, pero seguidamente, ante el más mínimo error, le trata con palabras hirientes. De nada sirven las palabras en tales circunstancias. Hacen falta acciones que corroboren ese sentimiento que profesa tener hacia ellos.

El apóstol Pablo dejó claro este principio cuando escribió: “Si pudiera hablar todos los idiomas del mundo y de los ángeles pero no amara a los demás, yo solo sería un metal ruidoso o un címbalo que resuena. Si tuviera el don de profecía y entendiera todos los planes secretos de Dios y contara con todo el conocimiento, y si tuviera una fe que me hiciera capaz de mover montañas, pero no amara a otros, yo no sería nada. Si diera todo lo que tengo a los pobres y hasta sacrificara mi cuerpo, podría jactarme de eso; pero si no amara a los demás, no habría logrado nada.” (1 Corintios 13:1-3. NTV)

Dice el apóstol Juan “… el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” (1 Juan 4:8. NTV). Por su parte el apóstol Santiago enseña que: “Si ustedes son sabios y entienden los caminos de Dios, demuéstrenlo viviendo una vida honesta y haciendo buenas acciones con la humildad que proviene de la sabiduría; pero si tienen envidias amargas y ambiciones egoístas en el corazón, no encubran la verdad con jactancias y mentiras. Pues la envidia y el egoísmo no forman parte de la sabiduría que proviene de Dios. Dichas cosas son terrenales, puramente humanas y demoníacas. Pues, donde hay envidias y ambiciones egoístas, también habrá desorden y toda clase de maldad. Sin embargo, la sabiduría que proviene del cielo es, ante todo, pura y también ama la paz; siempre es amable y dispuesta a ceder ante los demás. Está llena de compasión y del fruto de buenas acciones. No muestra favoritismo y siempre es sincera. Y los que procuran la paz sembrarán semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia.” (Santiago 3:13-17. NTV)

Las envidias amargas y las ambiciones egoístas no testimonial del amor de Dios, ni en nuestra familia ni en otro lugar. Por el contrario, ponen de manifiesto que decimos amar a Dios pero realmente no le conocemos.

Urge desaprender el concepto que tenemos del amor, y en segundo lugar, de la forma como lo expresamos. Como el primer paso para experimentar transformación es llevándolo al plano personal y familiar, le sugiero revisar cómo anda su relación de pareja y con los hijos. No olvide que es una decisión la que debe tomar, no es algo que nazca naturalmente. Si bien es cierto las dos necesidades fundamentales de todo ser humano: ser amado y desarrollar la capacidad de amar, no siempre sabemos hacelo apropiadamente, por eso debemos acudir al Señor en procura de su ayuda.

Publicado en: Estudios Bíblicos


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