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El divorcio no es la salida al laberinto

El divorcio no es la salida al laberinto

“Soy cristiano, con diez años de permanencia en el Señor Jesucristo. Mi esposa no ha compartido ni antes ni ahora las convicciones de fe que tengo. Ahora, argumentando que no me “soporta”, insiste en el divorcio. Comprendo que no está en la voluntad de Dios, pero además, me preocupa el impacto que tendrá sobre mis hijos. Me parece algo injusto.”

H.R.C. desde Caguas, en Puerto Rico.

Respuesta:

El fenómeno del divorcio está tomando una fuerza inusitada, incluso al interior del pueblo cristiano evangélico. Hasta hace poco sorprendía, por ejemplo, leer conclusiones del estudio contenido en el libro “Entre dos mundos: las vidas íntimas de los hijos del divorcio” de la autora Elizabeth Marquardt, según las cuales de cada cuatro personas con edades entre 18 y 35 años, una creció en una familia separada.

Tras entrevistar a 1.50 adultos jóvenes tanto de familias divorciadas como de aquellas que permanecen unidas. Todos coincidieron que la decisión de sus padres no había contribuido— en absoluto— a mejorar las relaciones y ha hacerles las cosas más fáciles a ellos. Aunque ayudó, en cierta medida, en el caso específico de progenitores que acudían a la violencia.

Surge una pregunta, ¿ y qué ocurre con los componentes de la pareja divorciados que siguen siendo amigos y se ocupan juntos de los cuidados de los niños? Ayuda pero no mitiga el enorme impacto traumático que produce en los chicos. Ellos llevan la peor consecuencia. Se les dificulta mucho asimilar la nueva situación estar solamente junto a su padre o a su madre.

Nuevas responsabilidad

Resulta interesante descubrir que muchos de los niños, fruto del divorcio, sintieron y asumieron la responsabilidad de proteger a sus madres y, en algunos casos, cuidar de sus hermanos menores.

Esta determinación coarta el normal desenvolvimiento del chico o adolescente porque no le permite cumplir su proceso normal de desarrollo.

La ruptura del matrimonio suele ir acompañada en los hijos por períodos de confusión y caos, por lo cual si humanamente se considera que la separación es la única solución, los padres deben al menos reunirse con ellos y explicarles en detalle la situación. Es imperativo recordarles que seguirán teniendo apoyo.

Estos son paliativos, por supuesto. Un divorcio — además de que no está en la voluntad de Dios— perjudica principalmente a los hijos.

Forjar valores frente a la confusión

Al asumir un nuevo hogar, los hijos enfrentan el conflicto de aplicar los valores que aprendieron de sus padres como parte de un proceso natural y gradual sin tener que hacer un esfuerzo conciente, o deben asimilar los valores que inculca uno de sus padres y su nueva pareja. Por eso deben inculcarse en ellos principios que sean de tal manera sólidos, que no entren en fluctuación así se produzca una separación y uno de los progenitores vuelva a comprometerse sentimentalmente.

Al respecto cabe recordar el principio bíblico de Proverbios 22:6: “Enseña al niño a ser honesto y cuando sea adulto no dejará de serlo.” Otra traducción apropiada sería: “Enseña al niño el camino que debe seguir y cuando sea adulto no dejará de serlo”.

Resulta significativo que un 24% de los hijos de padres divorciados manifiestan que no comparten los mismos valores de sus padres y el 17% sintieron lo mismo de sus madres. En cambio los adolescentes procedentes de familias sólidas han manifestado, en un 6% que no comparten los valores de sus progenitores. El 94% sí los compartían.

Pérdida progresiva de la fe

En todo el proceso es evidente que la mayor influencia en forjar valores y principios sobre sus retoños, la ejerce la madre. También son ellas y –por supuesto— los padres, los llamados a brindarles la formación religiosa.

No podemos olvidar que los hijos de familias que enfrentaron el divorcio, el cual por supuesto socavó sus bases, tienen tendencia a ser menos religiosos que aquellos que provienen de hogares sólidos.

En ocasiones el sufrimiento causado por la separación de sus progenitores, les llevó a cuestionar la fe en Dios. Otros se motivan buscando respuestas a sus dudas a través de la fe, pero el proceso puede convertirse en una lucha.

No puede concebirse el divorcio

Si bien es cierto la sociedad secular sin Dios ha cedido terreno al divorcio, el cristiano no puede dejarse arrastrar por esa práctica. Nuestra lucha va hasta el último instante, prendidos de la mano del Señor Jesucristo para salvar el matrimonio. La separación sólo sería viable cuando definitivamente hay circunstancias irreconciliables que no conceden margen a ningún arreglo. ¿Las razones? El divorcio afecta a quienes lo viven pero, también, a sus hijos.

El orgullo es uno de los principales detonantes de toda relación. Avanzar en la búsqueda de una solución, con ayuda divina, implica que los cónyuges reconozcan de manera particular que el Señor no ha acabado todavía Su obra en ellos ni tampoco en los de su pareja. Están viviendo por igual el tránsito hacia el cambio y el crecimiento personal.

El orgullo conduce a la radicalización y toda radicalización generalmente es mala.

Hay tres principios muy sencillos que ayudan mucho:

1.- Reconozca sus errores.

2.- Reconozca que su cónyuge, al igual que usted, también es débil.

3.- Dialogue con su cónyuge sobre los puntos débiles que están minando la relación matrimonial.

Cuando nos despojamos del orgullo, es posible concertar en procura de zanjar las diferencias. La humildad está asociada con respeto matrimonial.

En las Escrituras leemos la siguiente recomendación: “Por eso, confiésense sus pecados unos a otros, y luego oren unos por otros. Hagan eso para que Dios los sane...” (Santiago 5:16) . También encontramos: “Esposas, estén dispuestas a servir a sus esposos, que es lo que deben hacer como seguidores del Señor. Esposos amen a su esposa y no la traten mal”. (Colosenses 3:18, 19. La Biblia, la Palabra de Dios para todos)

La humildad es necesaria para perdonar pero, además, para permitir que Dios obre la sanidad interior en nuestro ser.

¿Se aprobó el divorcio en el nuevo testamento?

Sobre el tema del divorcio el apóstol Pablo escribió: “Si tienes mujer, no trates de separarte de ella...” (1 Corintios 7:27. La Biblia, la Palabra de Dios para todos). Reafirmaba un postulado del Antiguo Testamento: “Si un hombre toma a una mujer, se casa con ella y luego no le gusta porque la descubre haciendo algo detestable, podrá echarla de su casa si él le escribe un certificado de divorcio”. (Deuteronomio 24:1. La Biblia, la Palabra de Dios para todos).

El término “detestable” en el original hebreo es confuso aunque podría estar asociado a la inmoralidad sexual.

El Señor Jesús al enseñarle a sus discípulos en torno a la separación fue tajante: “También se dijo antes: <>. Pero ahora yo digo que al hombre que se divorcie, a no ser en caso de pecado sexual, hace que ella cometa adulterio. El hombre que se case con una mujer divorciada también está cometiendo adulterio”. (Mateo 5:31 ss. La Biblia, la Palabra de Dios para todos).

El divorcio no es la solución. El camino es la búsqueda de Dios en procura de evitar un colapso. En Dios y auto análisis de cuáles son los aspectos en los que estamos fallando, se puede encontrar la salida del laberinto. Usted puede experimentarlo... Además, piense que si usted sufre, mucho más sus hijos que son víctimas inocentes...

Publicado en: Consejería Familiar


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