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¿Avala la Biblia experimentos como la clonación humana?

¿Avala la Biblia experimentos como la clonación humana?

"Soy alguien al tanto de todo el devenir de la historia de la humanidad. Leo mucho y trato de estar bien informado, en particular sobre los avances científicos. Personalmente creo que están estrechamente ligados al desarrollo de la humanidad. Hace pocos días leí sobre la clonación humana como una alternativa terapéutica para resolver graves problemas como el mal de Parkinson o tal vez, la provisión de órganos compatibles que no hay donantes que los provean. ¿Cuál es la posición que asume el pueblo cristiano evangélico al respecto? ¿Clonar no vendría a ser una demostración de amor?."

J.F.R., desde Managua, en Nicaragua

Respuesta

Clonar seres humanos con fines terapéuticos en absoluto constituye una demostración de amor. Aún poniéndole a tal práctica un rótulo de “necesario” o “ineludible”.

En la fase final de su libro de profecías escrito hace 2.550 años, Daniel escribió_ “Pero tú, Daniel, cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia aumentará” (Daniel 12:4. Versión Reina – Valera 2000. SBE).

En las líneas es fácil leer dos aspectos. El primero, que hacia el final de los tiempos se produciría una desorientación en el género humano que es justamente el que vemos hoy día en el que han surgido sinnúmero de filosofías, religiones y corrientes doctrinales que buscan –humanamente— llenar los vacíos que a través de los siglos evidencian quienes no tienen a Dios en su corazón. El segundo, que el desarrollo de la ciencia –entiéndase desarrollo científico— sería evidente.

Precisamente en el siglo pasado los investigadores alcanzaron un punto alto en sus estudios, entre ellos la clonación que dejó de figurar como parte de la fantasía de los escritores para materializarse en experimentos que dieron lugar a seres idénticos.

La situación nos hace recordar la época ya remota cuando se construyó la torre de Babel.

Ocurrió cuando en la tierra había un solo idioma y un grupo de personas llegaron a la llanura de Sinar “Y dijeron: “Hagamos ladrillo y cozámoslo al fuego”. Y el ladrillo les sirvió de piedra y el asfalto de mezcla. Después dijeron: “Edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo. Y hagámonos un nombre, para no ser esparcidos por toda la tierra” (Génesis 11:3, 4).

Sus planes que buscaban desafiar a Dios y engrandecer al hombre por encima de cualquier poder, fueron modificados por el Señor. El Creador reconoció la maldad que los estimulaba a obrar así: “...Han empezado la obra, y nada los hará desistir de lo que han pensado hacer”.

Trastornando su lenguaje, los planes cayeron por tierra. “Así, el Señor los esparció por la faz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad” (Génesis 11:6b , 8).

Dios es quien da la vida

¿Qué relación guarda este texto con la clonación? La respuesta es categórica: Que estamos asistiendo a una escena similar. El hombre por medio de la ciencia ha buscado marginar a Dios de todos sus planes y, creyendo que tiene la capacidad gracias a los avances científicos, quiere resolver las dificultades usurpando una prerrogativa que sólo le corresponde a nuestro amado Dios: generar vida.

El libro del Génesis nos relata que fue él quien sopló aliento en el ser. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó. Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27) ; también leemos: “Entonces Dios el Señor modeló al hombre del polvo de la tierra. Sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre llegó a ser un ser viviente” (Génesis 2:7).

No necesitamos ser teólogos muy profundos para concluir que es el Supremo Hacedor y nadie más que Él quien genera la vida. Job escribió: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4).

Otros dos textos son reveladores respecto al craso error que se desprende del afán de un grupo de científicos por lograr autorización y dar los primeros pasos para la clonación humana, al amparo de que adelantarán su labor con fines terapéuticos. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas. Ni es honrado por manos de hombres, como si necesitara de algo. Pues él da vida a todos vida, aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24, 25).

Y en la defensa que el apóstol Pedro hizo de su fe, reconoció esa potestad divina: la de crear la vida. Él dijo ante una multitud de judíos y hombres de diferentes corrientes religiosas: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diera un asesino. Y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios resucitó de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos” (Hechos 3:14, 15).

Los cristianos evangélicos reconocemos los esfuerzos de la ciencia –limitados no solo ahora sino en toda la historia— por ayudar al bien común. Valoramos la ayuda prestada a personas enfermas que, gracias a la intervención de los estudiosos, fueron sanados; sin embargo no aceptamos que la ciencia busque usurpar el lugar que le corresponde a Dios y, menos aún, que deseen crear vida.

Consideramos que es una actitud arrogante y temeraria, que desafía el poder divino.

Si nos encuestan, decimos un rotundo “No” a quienes nos pregunten si estamos de acuerdo con tales experimentos.

Publicado en: Consejería Familiar


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