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La mejor enseñanza, la que damos con nuestro ejemplo

La mejor enseñanza, la que damos con nuestro ejemplo

"Me inquieta que mis hijos están rebeldes. Son desordenados. Aun cuando están adolescentes, dejan el cuarto desarreglado. Les insisto, pero como si no oyeran. Igual, les he pedido que no hablen duro, pero siguen casi que tratándose a gritos. A nivel familiar esta situación desaliente. ¿Algún consejo?"

M.P.N., desde Tegucigalpa, Honduras

Respuesta:

La situación que ustedes están viviendo ni es la primer, ni tampoco será la última. Es más común de lo que imaginamos. La clave es transferirles fundamentos a partir de nuestro ejemplo.

¿La razón? Ninguna enseñanza que no vaya acompañada de ejemplo tendrá eficacia. Sobre esa base, una de las metas que nos debemos fijar los componentes de la pareja es transferir principios y fundamentos a nuestros hijos, pero a partir de la práctica.

No podríamos pedir a un hijo que no mienta, si nosotros mismos mentimos como tampoco pedirles que sean ordenados o exigirles ser cumplimos y responsables, si nosotros como padres evidenciamos desorden, incumplimiento e irresponsabilidad.

En el proceso de cambio y mejoramiento de las relaciones familiares es importante que hagamos un alto en el camino y re evaluemos cómo anda el hogar, de qué manera estamos brindando enseñanzas a nuestros hijos y el tipo de correctivos que debemos aplicar.

Enseñando con el ejemplo

Una de las historias más impactantes en Colombia fue la de un joven a quien atracaron en una noche en pleno centro de Bogotá. El ladrón estaba bastante agresivo. Ante la negativa del muchacho de entregarle su teléfono móvil, el atracador le hizo varios lances con un puñal. La víctima se defendió y logró dominarlo. Le quitó el cuchillo y teniendo en el suelo a su victimario, le dijo: “No morirás porque si algo me enseñó mi padre, fue a no matar a nadie.”

El incidente ocupó titulares de los diarios y de los noticiarios de televisión. “Un verdadero ejemplo”, decían. El chico resaltó que fue algo “normal”. Acto seguido dijo, sus padres lo habían formado para no agredir.

Leyendo este incidente de la vida real podemos preguntarnos: ¿Realmente damos ejemplo a nuestro cónyuge o hijos? Por favor, no traten de dar una explicación orientada a justificarse. Cada quien respóndase en el corazón y dispóngase a cambiar.

El apóstol Pablo era consciente de la necesidad de enseñar a partir de nuestras acciones, con el ejemplo. En ese sentido escribió a los creyentes de Filipos: “No dejen de poner en práctica todo lo que aprendieron y recibieron de mí, todo lo que oyeron de mis labios y vieron que hice. Entonces el Dios de paz estará con ustedes.” (Filipenses 4:9. NTV)

Es imperativo que revisemos como progenitores qué clase de ejemplo damos, y en caso de encontrar errores en nuestras actitudes, disponernos al cambio.

Este fundamento de victoria para la vida familiar, lo refuerzan otras enseñanzas tomadas de la sicología, la sociología y de terapeutas que insisten en reforzar los fundamentos familiares con lo que hacemos, que se torna visible y transfiere enseñanza.

El autor cristiano, Mario E. Fumero, resalta:
“Una de las tareas más duras en la formación de un hijo es establecer una personalidad forjando el carácter. El carácter se compone de una serie de elementos determinantes, como por ejemplo: La herencia pecaminosa latente en el ego, la herencia genética que es el temperamento, y la educación que se forja por los patrones del entorno, principalmente con el ejemplo de sus padres. Según sean los padres, así será el hijo.” (Mario E. Fumero. “La paternidad espiritual”. Editorial Unilit. 1996. EE.UU. Pg. 33)
Probablemente usted descubra que hace falta identificar de qué manera ha transmitido a su familia principios y valores. Hacerlo es el primer paso no solo para cambiar sino para crecer a nivel personal, espiritual y familiar.

El profeta Isaías también habló sobre la necesidad de compartir a partir de lo que hacemos: “…aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor, defended al huérfano, abogad por la viuda…” (Isaías 1:17,18)

Recuerde que siempre podemos cambiar. Es una decisión que debemos tomar. Una vez lo hacemos, el ambiente de familia comienza a cambiar. Y lo que compartimos hoy con nuestra pareja e hijos, terminará ejerciendo influencia en nuestros hijos y las generaciones venideras.

Ejerciendo influencia en la familia

¿Ha visto por casualidad niños y niñas que se ponen las prendas de vestir de su padre o madre? Lo hacen porque eso es lo que hacen sus padres. Ellos asimilan que se trata de algo válido y lo imitan.

Si usted quiere que sus hijos piensen o actúen de determinada manera, haga algo visible en presencia de ellos. Esa es una de las razones por las que resulta inconveniente discutir en pareja delante o quizá acudir a la agresión verbal. Eso mismo es lo que replicarán progresivamente en su crecimiento y edad adulta.

Mario E. Fumero, señala al respecto:
“Se aprende más viendo que oyendo, y cuando ambas elementos se conjugan, el grado de asimilación aumenta. La fidelidad de un hijo está en que sepa recibir y transmitir ese patrimonio moral y cultural que los padres legaron como herencia.” (Mario E. Fumero. “La paternidad espiritual”. Editorial Unilit. 1996. EE.UU. Pg. 34)
Es necesario tomar nota de dos elementos que no deben quedar sueltos: Ver y oír. Su conjugación es eficaz para impactar a nuestra familia.

El apóstol Pablo reafirmó este principio en general cuando escribió a su discípulo Timoteo: “Me has oído enseñar verdades, que han sido confirmadas por muchos testigos confiables. Ahora enseña estas verdades a otras personas dignas de confianza que estén capacitadas para transmitirlas a otros.” (2 Timoteo 2:2. NTV)

El autor sagrado enfatizó en la necesidad de enseñar, y esa enseñanza toma como fundamento lo que nos ven hacer.

Recuerde siempre que tenemos en nuestros hijos un tesoro pero al mismo tiempo, una enorme responsabilidad. Cuando vamos a la Presencia de Dios tendremos que dar cuenta por nuestra familia. ¿Qué principios y valores sembramos en ellos? No podemos rehuir ese enorme compromiso que tiene validez en el presente pero también para la eternidad.

Lo mejor que podemos hacer hoy es evaluarnos y disponernos a corregir los errores que descubrimos en ese proceso. Con ayuda de Dios, sin duda podemos lograrlo.

Lidere la transformación en su familia

Un padre me llamó desesperado por su hijo que, recién entrado en la universidad, se había tornado bebedor. “No sé cómo controlarlo. Aun cuando le digo, sigue bebiendo”, me dijo.

La respuesta está, sin duda, en la crianza que les damos a los hijos. Si les impartimos mal ejemplo, es lo que relejarán en su comportamiento futuro.

No podemos pretender que nuestros muchachos y jovencitas actúen diferente de lo que hacemos nosotros. Si pretendemos que ellos cambien, los primeros que debemos cambiar somos nosotros.

El autor cristiano Mario E. Fumero, al respecto escribe:
“Un padre para formar, debe estar formado debe estar sujeto y debe cumplir lo mismo que va a pedir a sus hijos. No debemos exigir lo que uno mismo no está dispuesto a dar… la autoridad nace del ejemplo y la enseñanza de la relación...” (Mario E. Fumero. “La paternidad espiritual”. Editorial Unilit. 1996. EE.UU. Pg. 34)
Las normas que establecemos en casa, nosotros mismos debemos estar dispuestos a cumplirlas. Es lo que nos confiere autoridad. Si lo hacemos, el ambiente familiar comienza a cambiar.

El Señor Jesús nos enseño: “Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12. La Biblia de Las Américas)

Si obramos conforme esperamos que los demás— y en particular nuestra familia— obren, habremos dado un paso de singular importancia. Es la responsabilidad que nos asiste como padres y madres.

No permita que el hogar se deteriore. Tome la decisión de recuperarlo, y esa determinación debe ir acompañada con pasos que usted debe emprender hoy mismo. Con ayuda de Dios podrá lograrlo.

Si aún no ha recibido a Jesús como Señor y Salvador, hoy es el día para que lo haga. Podemos asegurarle que no se arrepentirá. Prendidos de la mano de nuestro amado Redentor alcanzamos el crecimiento personal, espiritual y familiar que tanto anhelamos.

Publicado en: Consejería Familiar


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